Las posadas del Reino

—Vamos a parar en aquella posada —propuso Severo en cuanto volvieron a estar en la calle principal de Guardamar del Delta.

—De acuerdo.

Una vez atados los caballos en la parte trasera del establecimiento, entraron en la posada del Ternero Engordado. Por el suelo del local no era difícil ver corretear alegremente gordas cucarachas negras, y Severo, tras sentarse delante de una mesa, pisó a una que, por el tamaño y contenido de su interior, debía de ser la más desarrollada del lugar; o quizás del condado.

—¡Dios bendito! —exclamó, mirando con algo de asco la sustancia amarilla y pegajosa que había quedado impregnada en la suela de su bota—. En este lugar no ha de haber ningún problema para espesar la salsa de los guisos…

Los dos piratas, mientras tanto, pasaron de largo sin mirar la puerta del mesón. Llevaban la vista al frente y no parecían dar importancia a lo que ocurría a su alrededor.

Edición en papel de "El Reino de los Malditos"

—Mira, por ahí van tres más. ¡Qué tamaño! Parecen ratones —exageró Severo, que andaba entretenido localizando la fauna que correteaba por el suelo.

—Deja ya eso y estate atento —llamó la atención Sabino, preocupado—. Vigila la puerta. Si los vemos entrar haremos lo de siempre: nos acercamos sin mediar palabra y les abrimos en canal. Y luego, cuando la gente empiece a gritar, desaparecemos. Llevas el cuchillo, ¿verdad?

—Claro. Siempre va conmigo —contestó Severo, palpándose la parte del coxis. Ahí, disimulado en una especie de faja que le rodeaba el abdomen, estaba su puñal metido en su funda.

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