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Últimamente las editoriales han decido publicar voluminosos volúmenes (valga la redundancia) con la obra integral de títulos fundamentales de la historia del cómic. Hay decenas de ejemplos: Spirou, Thorgal, Buddy Longway, Natacha, Blueberry, Casacas Azules, etcétera. La súper poderosa (nunca mejor dicho) Marvel también se ha unido a esta tendencia y ha sacado a la venta un volumen (tremendamente voluminosos) de la colección Marvel Omnibus con los primeros nueve números de la mítica revista “La espada Salvaje de Conan”. Esto me hizo recordar que tenía perdidos en mi biblioteca los tres primeros números de esta colección, en la versión, francamente “mejorable”, que publicó Planeta Forum, edición coleccionista, formato magazine con lomo, en el año 2005.
En su día los compré y no los leí. Pecado imperdonable que me dispuse inmediatamente a remediar. Estas tres revistas engloban cinco historias con títulos tan salvajes como el propio personaje que los encabeza: “Sombras en Zamboula”, “La noche del dios negro”, “El cubil de gusano de hielo”, “La ciudad de los cráneos” y “La sangre de los Dioses”. Los firman autores clásicos del personaje como Roy Thomas, Neal Adams y su tribu (sic), Gil Kane, Carmine Infantino, Alfredo Alcalá y John Buscema. Algunos de estos títulos, tengo entendido, forman parte de los clásicos más clásicos del personaje.
Como alguien dijo, más o menos, alguna vez, Conan el Bárbaro es ese tipo rudo y ceñudo que mata a los malos a cientos, a monstruos sin cuento, se enfrenta a magos malévolos y, como premio, se queda con la chica («se la tira», diría alguien más prosaico), que siempre es guapa, ofrecida y ligera de ropas. Es una forma de resumirlo muy pobre e injusta (y quizás también algo machista), pero si aceptamos esta hosca definición, hay que decir que partiendo de esa base se han creado un número de aventuras increíbles y muy disfrutables para aquellos que gustamos de este arte. Pura aventura.
Lo que nunca entendí es por qué las portadas de “La espada salvaje”, casi siempre, no concordaban con las historias de dentro. Quiero pensar que en la edición americana no era así. Al fin y al cabo, con todo ese material en España se surtían varias revistas, no sólo “La espada salvaje” y, seguramente, el que repartía todas esas historias en cada publicación, no tenía tiempo (o ganas) de leerlas; sólo se preocupaba de resolver el galimatías que debía suponer el encajar esas aventuras, cada una de ellas con un número de páginas distinto, en cada revista sin que aumentara su volumen de páginas habitual. Sea como fuere, es algo que se perdona, dado las obras de arte que solían ser estas portadas.
Otra cosa que me fascina de estos “Conan” pretéritos es el lenguaje literario de los bocadillos que van narrado la historia. No sé si era un defecto de traducción o eran así a propósito, dado que, como todo el mundo sabe, Conan, antes de ser un personaje del cómic con miles y miles de páginas a sus espaldas (y subiendo), fue un personaje literario, creado por el escritor Robert E. Howard en 1932. Escribió más de veinte libros sobre nuestro cimmerio favorito y, cuatro años después, se suicidó. Tenía 30 años. No sé si el bueno de Robert llegó a presuponer la dimensión que ha tenido su personaje en los cien años siguientes a su invención.
Pero no sólo Conan procede del mundo literario. Hay otros ilustres habitantes de ese mundo de la era Hibória: el rey Krull o Red Sonja, por ejemplo. Todos ellos vivieron (en nuestra imaginación, se entiende) nada menos que diez mil años antes de Cristo. Y de todos se narran sus historias a la manera legendaria y literaria que aplica a una época tan alejada. Valgan como ejemplo de lo que digo textos como estos sacados de estas tres primeras “Espadas Salvajes”: «El sol se había escondido tras las colinas, que arrastraban sus largas sombras sobre el desierto»; «Cuando se vuelve, de pronto oye un ruido… El de furtivos y ligeros pasos…»; «Este es el fin de todos los sueños y filosofías…», etcétera. O esta otra que pone fin a la tercera historia, “El cubil de gusano de hielo”: «¡Marcha con el corazón anhelante hacia el sur, hacia el dorado sur, donde ciudades brillantes alzan sus altas torres hacia el cálido sol y donde un hombre fuerte con valor y suerte puede conseguir oro, vino… y blandas mujeres!» Ahí queda eso.
Ya puestos, he releído una de las aventuras de este bárbaro que más me gustaron cuando hace muchos, muchos, muchos años leía siendo un niño, casi a escondidas, sus primeras aventuras. Me refiero a “El ocaso del sombrío Dios Gris”, de Roy Thomas, Barry Smith y Sal Buscema. Me encantó sobre todo la parte final donde Conan, tras una cruenta batalla, decía mirando al cielo: «Ahora veo… Es Borri, el Dios Guerrero del norte, que envía a sus mujeres salvajes para recoger por última vez las almas. Porque hasta los dioses mueren cuando sus altares se derrumban y sus adoradores han caído.» Me pareció una verdad como un templo lo que nos revelaba nuestro bárbaro favorito sobre la muerte de los Dioses.
Y después de estas lecturas, ha sido un buen momento para volver a ver “Conan el bárbaro” (1982), la obra maestra de John Milius; en mi opinión, la mejor versión que se ha hecho para el cine de un cómic. Imposible no tararear la formidable banda sonora mientras termino de escribir este artículo.
Tras este paréntesis cimmerio, vuelvo a mis acostumbradas lecturas de cómic europeo… pero seguro que retomaré de vez en cuando la lejana era hibória y su fascinante narración literaria, cosa que nunca debí descuidar.
Para terminar, os dejo esta perla: «Ahora algo les ha asustado… pero en mi país sabemos que lo que los ojos pueden ver, el acero puede cortar.»
Palabra de Conan.
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