Efrén salió a dar un paseo por el centro de Madrid. En los aledaños de la Plaza de la Santa Cruz descubrió un establecimiento con una atrayente decoración estilo árabe. Se trataba de un moderno hamman construido en un antiguo aljibe musulmán de la época en que la actual capital de España no era más que una Almudena y era conocida por Majerit.
—Buenas —saludó el hombre entrando al local con curiosidad—. Me podría explicar los servicios que aquí se ofrecen.
—Por supuesto —respondió una risueña señorita vestida con un traje negro—. Disponemos de una piscina de aguan templada, otra de agua caliente y otra de agua fría. Y un hamman, un baño de vapor. —la mujer le enseñó un folleto con las fotos de las instalaciones. Todo estaba cuidado al detalle. Como si fuera unos baños árabes antiguos—. La idea es que nuestros clientes se relajan al máximo. Se ha de guardar silencio en todo momento…
—Y, ¿el precio?
La chica le indicó el coste de morar por aquel paraje de cuento durante hora y media.
El hombre decidió mostrarse prudente.
—Bueno, me lo pienso y otro día vengo con bañador y toalla…
—No hace falta señor. Nosotros le proporcionamos todo lo necesario, incluido el bañador.
En ese momento por la puerta de entrada a las instalaciones salió una pareja con un rostro de felicidad que Efrén hacía mucho que no veía. Esto le ayudó a decidirse.
—Pues venga, vamos a probarlo —dijo y saco la tarjeta de crédito.
Tras ponerse el bañador en los vestuarios pasó al sótano donde se vio envuelto en un ambiente de tonos ocres, con decoración de ladrillos y arcos, música relajante, niebla y luz tenue… Durante media hora fue disfrutando de las distintas piscinas y el hamman. El resto de bañistas siempre se intuían más que verse, ya que la luces y los efectos del vapor de agua los envolvían en una atmosfera casi irreal…
Después de unos segundos en la pileta de agua fría se sumergió en la de agua caliente. El cuerpo reaccionó al cambio de temperatura con una sensación de bienestar que le hizo suspirar. Se apoyó en una de las esquinas de la piscina, donde un chorro de agua muy caliente le empezó a masajear la espalda a la altura del coxis. Estaba sólo. Observó las paredes llenas de arabescos medio escondidos por la luz vaporosa. Miró al techo abovedado, donde la humedad y la decoración parecía hacerlo viejo, como si aquello datara del medievo. Y la música le ayudó a imaginarse dentro de un lugar y un tiempo de fantasía. Entonces observó la pared que tenía justo enfrente. Había una ventana de metro y medio, partiendo desde el suelo, que daba al hamman. En el centro descansaban varias velas que dibujaban reflejos en el agua y en el techo. Dos de ellas permanecían dentro de sendas lámparas adornadas con celosías que proyectaban borrosos dibujos geométricos entre la neblina. La ventana estaba tapiada por un cristal decorado con anchas líneas onduladas que la hacía opaca pero que permitía ver las sombras del interior del hamman. Efrén cerró los ojos. Respiró profundamente. Se estiró de placer. Suspiró de nuevo y, al abrir los ojos, vio que detrás del cristal había una mujer que le miraba. Parecía desnuda, aunque era imposible saber si llevaba un biquini en aquel espectáculo de sombras y gases aromáticos. Primero se asustó, pero enseguida pensó que era un efecto óptico. La mujer, de existir, en realidad no podía verlo. Él ya había estado en el hamman y el vaho de su interior hacía imposible atisbar nada por ese cristal. Entonces la joven, de pie, se puso a bailar muy lentamente, con movimientos sinuosos y coordinados, acariciándose los brazos y la cintura, colocándose de perfil y de espaldas. Después, se puso de rodillas, empezando otra serie de ondulaciones con su cuerpo que resultaban altamente sensuales, estirando los brazos por encima de su cabeza, juntando las palmas de las manos, moviendo su cabello como si fuera a cámara lenta… Efrén no podía cree lo que veía. Cerró los ojos y al volver a abrirlos había desaparecido la bailarina. Salió del aguan corriendo y entró en el hamman. Allí no había nadie. Aquello no tenía sentido. ¿Aquel momento mágico había sido real o sólo producto de su imaginación?
Acabada la hora y media de estancia y después de ducharse, Efrén salió al recibidor del local. Allí compró un bono para volver al hamman cuantas veces quisiera durante los siguientes tres meses. Al rato de marcharse, de detrás de una cortina salió una mujer muy delgada y atlética, aunque bastante fea de cara. Vestía una especie de chilaba de color rojo sobre su cuerpo desnudo. Algo muy fácil de quitar y poner.
—¿Qué tal? ¿Ha caído el polluelo? —preguntó sin disimular su voz tabernaria.
—Sí, ha comprado el bono Premium, así que muy bien.
—Perfecto. Pues no te olvides de apuntarlo para que luego no me racaneéis la comisión.
—Que no, Venancia, no te preocupes.
—Ah, y a ver si llamáis al de mantenimiento que la puerta falsa del hamman se atranca últimamente un huevo y al final no voy a poder salir y un día nos van a pillar…
—Que sí, que ya está apuntado.
—Vale, que no tengo ganas que me vean los clientes en pelotas. Que luego pasa lo que pasa…
—Que sí. Hala, descansa un poco que en media hora tienes otra “actuación”.
—Ok.
Y es que los cuentos de “Las Mil y una Noches” ni suceden en Madrid ni en el siglo XXI. Que le vamos a hacer.
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