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Mario Garrido Espinosa.

Novelas Contemporáneas: El Apocalipsis según San Marcio


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Estaba tan perplejo con el enigma que le había tocado en suerte, que muchas veces incurrió en distracciones líricas contrarias al rigor de su ciencia. Sobre todo, nunca le pareció legítimo que la vida se sirviera de tantas casualidades prohibidas a la literatura, para que se cumpliera sin tropiezos una muerte tan anunciada.

Crónica de una muerte anunciada

Gabriel García Márquez

Asunto: Despedida

Correo de: <un consultor cualquiera de ADRIN Sistemas>

Para: <compañeros de su actual proyecto>

Hola,

En esta “crónica de una muerte anunciada” en que se ha convertido este proyecto, en el que hemos visto marchar a muchos compañeros camino de <empresa de la competencia> o salir, de un día para otro y casi sin tiempo para despedirse, solicitados de urgencia por otros proyectos de ADRIN, me ha llegado el turno a mí, en este caso para formar parte del segundo grupo. Hace unas horas me lo han comunicado y mañana mismo tengo que presentarme en las oficinas de <gran superficie comercial>.

Así que antes de iniciar esta nueva andadura, quería despedirme de vosotros, agradeceros todo lo que me habéis podido enseñar unos y otros, y quién sabe, “ADRIN es un pañuelo” y quizás volvamos a coincidir <emoticono de la cara sonriente>.

Mucho ánimo y suerte a todos.

Y para terminar, aquí os dejo lo que decía Julio Iglesias en su canción, que aplica perfectamente a este caso:

“Al final las obras quedan las gentes se van, otras que vienen las continuaran, la vida sigue... igual...”

Los correos de despedida de un proyecto o por motivo de un cambio de empresa son un género literario donde se suele utilizar esa práctica tan informática de la reutilización de código. Los improvisados escribientes, enfrentados por primera vez a esta lírica, suelen seguir distintas técnicas: unos se alargan más y otros menos; el texto puede estar escrito con buena y sentida prosa o ser un desastre sintáctico en donde resulta difícil encontrar alguna frase bien construida (quizás sea un defecto debido a escribir siempre en lenguajes programáticos, descuidando así involuntariamente los humanos); el que se va quizás cuente los motivos de la marcha con justo rencor o tal vez se muestre precavido, receloso de las consecuencias futuras que en el “mundillo informático” puedan tener unas verdades demasiado explícitas puestas por escrito… Como vemos, de todo hay, pero en general siempre se dicen las mismas cosas.

En el ejemplo del principio de este cuento vemos el correo final de un consultor que soportó durante casi cinco años las miserias de un proyecto donde se habían hecho las cosas mal desde el principio y donde se fue poco a poco creando una insoportable situación que era imposible de revertir. Como ya tenemos aprendido a estas alturas, es práctica habitual no negociar bien con el cliente y asumir plazos absurdos. En nuestra historia vamos a lidiar con un proveedor torpe y mentiroso y un feroz cliente que lo sabe y se aprovecha de manera despiadada. Ninguno de estos dos comportamiento, sumados o enfrentados, lograrán lo que es imposible; porque, como sabemos, lo que no es posible, resulta, obviamente, “imposible” y por mucho que se apriete, se grite o se exija, los desarrollos no van a tener la calidad mínima oportuna si no se hacen con los plazos y pruebas pertinentes. Entonces las nuevas funcionalidades que se ponen en Producción no marchan y el cliente se enfada, cuando es el principal culpable, cosa que nunca reconocerá. Y el proveedor hace nuevas concesiones y cada vez es más esclavo de sus propias torpezas. Y el cliente lo sabe y aprieta aún más. Y vuelve a producirse un pase de código mal probado, o no probado nada en absoluto, y que no cumple con toda la funcionalidad. Y los accesos a bases de datos embebidos en el código o las subrutinas que han de ejecutarse mil veces, por ejemplo, son chapuceras y sin optimizar, fruto de la rapidez, el cansancio y el desasosiego, lo que a corto plazo hace que se ralentice la aplicación y a medio plazo provoca que reviente el sistema.

Entonces los servidores que sirven —de ahí su servil nombre— las aplicaciones que vemos cuando entramos en Internet se caen o reinician. Y mientras esto ocurre y se vuelve a restaurar todo, el aplicativo no funciona, cosa que para el cliente es sinónimo de apocalipsis y fin del mundo, aunque su actividad, pongamos por caso, sea la venta de alpargatas, que aunque nadie pone en duda que es muy digna y encomiable —la actividad, decimos—, podemos intuir que no es nada estratégica. Y el cliente vuelve a montar en cólera y monta, valga la redundancia, reuniones de crisis donde pide explicaciones que nadie tiene, porque no ha habido ni un segundo para investigar las causas del desastre, ya que la prioridad es siempre volver a hacer accesible el aplicativo y, una vez reiniciado, no siempre existen trazas o evidencias con la calidad suficiente para poder investigar. Al fin y al cabo el sistema vuelve a funcionar con normalidad y el problema no se está produciendo, cosa imprescindible para poder monitorizar el comportamiento erróneo. Pero estos detalles el cliente ni los entiende ni quiere. A pesar de ello, pide la explicación del problema y su solución en un plazo inmediato —a veces por escrito en un documento de marcial formato—, con lo que al proveedor, en ocasiones, no le queda más remedio que utilizar la imaginación y la inventiva, herramientas que en la literatura del género de espada y brujería, por ejemplo, resulta una gran aliado, pero que son el peor enemigo de un proyecto informático, ya que el tiempo, en este sector, desenmascara cualquier falsedad. De manera implacable y en el peor momento. No falla. Llegados a este punto el cliente ya tiene en sus manos a un proveedor cobarde y mentiroso, que no dudará en manejar a su antojo. Este traga con lo que se le manda, se baja los pantalones y empieza a considerar que la semana laboral tiene siete días con sus noches; u ocho o nueve si físicamente fuera posible. Y el cliente no se siente satisfecho con esto y pide software de calidad para ayer sin invertir un segundo en el mantenimiento de las infraestructuras, que terminan también siendo un problema. Y el proveedor no dedica ni un solo minuto a negociar los plazos alocados que impone el cliente y vuelve a subir código a la aventura, hecho a la carrera y sin probar, rezando para que esta vez no sea causa de demasiados problemas; pero no hay Dios verdadero o inventado que quiera meterse en estos berenjenales tan modernos y alejados de la fe. Y entonces el cliente exige nuevas condiciones, como reuniones de crisis dos veces al día, o conferencias telefónicas cada dos horas, o requiere, por si pasa algo, la presencia física de uno o dos profesionales de cada ámbito las 24 horas del día... El imaginario de un cliente avieso y mosqueado dejaría sin ideas al mismísimo Diablo. Y el proveedor vuelve a decir que sí a todo… Y, así, pensará el aterrado lector, se continúa con estas malas prácticas por las dos partes hasta el infinito; o hasta la muerte. Pues no. La muerte sería una solución dulce y seductora. La vida de los informáticos ya sabemos que se nutre de resoluciones trágicas y horrendas, así que en la historia que narrará este escalofriante cuento ahondaremos en la conclusión habitual de estos casos: Al proveedor le quitan el proyecto y se lo dan a la competencia. Por supuesto, en tres o cuatros años esta dinámica se volverá a reproducir con la nueva empresa, acaso con mayor virulencia, pues el ser humano nunca aprende de los errores que no reconoce como suyos, especialmente si los tiene delante de sus narices. Así, a la consultora original, durante los meses que le quedan de vida con este cliente, le tocará sufrir la peor de las pesadillas, sin haberse recuperado del infierno de los últimos años. A esta situación final que ningún ser humano debería tener que vivir se le llama “traspaso”. Hablo, por supuesto, de España.

Pues así empieza la sexta historia de "Las Sinergias de Marcio", sin duda la aventura más realista y violenta de nuestro héroe. "Se masca la tragedia", ¿verdad? Bueno, podéis saber cómo sigue esta historia en #Amazon. Os costará menos que un café... ;-)

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