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Cinco millones de ejemplares en su primera edición, distribuidos por 25 países y traducido a 20 idiomas... y seguro que los vendieron todos en menos de un mes. Ojalá mis libros alcancen esas cifras alguna vez (ejem); o la quinta parte, o la centésima… en fin, dejemos de soñar. El caso es que en aquel mes de octubre de 2017 no falté a mi cita de cada dos años y adquirí uno de esos 5000000 (así, en numérico, con tanto cero, parecen más) ejemplares del nuevo Astérix.
Y es que este personaje fundamental del cómic franco belga, que creíamos muerto y enterrado, tras este tercer álbum de sus nuevos autores, podemos decir que ha resurgido de sus cenizas para tener una nueva etapa que, aunque presiento que tendrá altos y bajos, como es natural, preveo que será recordada como una de las mejores cuando, pongamos por caso, se llegue a los 100 números. Algo parecido a lo que ocurre con el Spirou de Tomé y Janry, al que todo el mundo reconoce como uno de los mejores, sin por ello olvidarse del mejor de todos los tiempos: el de Franquin.
Como los “estudiosos del cómic” recordarán, todo empezó en 2013, cuando una gran noticia hizo ilusionarse a los millones de lectores de cómics del planeta: Se iba a publicar una nueva aventura de Astérix con nuevo dibujante (Didier Conrad) y guionista (Jean-Yves Ferri): “Astérix y los pictos”. Fue un gran acontecimiento. Después de que falleciera Goscinny, los libros que empezó a hacer Uderzo en solitario fueron, en su mayor parte, lamentables… y algunos daban verdadero bochorno, como por ejemplo el último: el inenarrable “¡El cielo se nos cae encima!” (2005), que debe ser a la mitología de Astérix lo mismo que la cuarta película de Indiana Jones a la saga de este célebre arqueólogo… algo que se prefiere ocultar por vergüenza. Habrá quién dice que no existe ni la película ni el cómic, imitando a los galos de “El Escudo Arverno” que negaban la existencia del asedio y caída de Alexia y la posterior rendición de su líder Vercingetórix ante Julio César. Insisto, por lo mismo, por vergüenza sonrojante.
De algún modo nos habíamos resignado a que los cómics de este galo irreductible tenían final, como los de Tintín, por ejemplo, que fallecido el autor no se ha vuelto a hacer nada más, debido al expreso deseo de Hergé de que no toquen a su inmortal personaje si él no está delante. Pero, como decimos, en octubre de 2013 saltó la sorpresa y, lo que era más importante, el nuevo álbum, “Astérix y los pictos”, resultaba bastante bueno y fiel a lo esperado de una historia de Astérix clásica. Nada que ver con los últimos bodrios perpetrados por Uderzo. Así, este volumen 35 de la serie regular, recordaba bastante, tanto en dibujo como en guion (salvando las distancias, por supuesto), a los mejores Astérix del tándem Goscinny-Uderzo. A los seguidores de estos aldeanos de la Armónica celta se les abrieron mucho los ojos y se les puso una sonrisa de oreja a oreja, alegremente esperanzados por lo que vendría después.
Y, efectivamente, pasaron dos años y, siguiendo esta resurrección imparable, llegó el irregular “El papiro del César” (en mi opinión, muy bueno en su primera parte y terriblemente parecido a otros en su segunda). Con todo, para muchos, les pareció el mejor de esta nueva etapa (mejor incluso que los que vinieron después). La esperanza en la resurrección se empezaba a asentar en los corazones de los fans de la serie. Y, como se ha convertido en tradición, dos años después, para constatar ya de forma inequívoca que Ferri y Conrad habían venido para quedarse, se publicó el número 37 de la colección regular: “Astérix en Italia”, cuyo título original, “Astérix et la Transitalique”, tenemos que reconocer que resulta bastante más acertado.
Sólo con hojear este álbum te das cuenta de que su acabado es espectacular. Recuerda en cierto modo a “La residencia de los dioses” (1971). De hecho empieza en página par, como este, ya que luego vendrán muchas viñetas grandes, muy ricas en detalles, que necesitan ser ordenadas de esta manera. Además, incluye una magnífica lámina con la publicidad de la carrera que se narra en esta aventura, muy del estilo de esa otra publicidad con la que se vendían las virtudes de la nueva y “tranquila” zona residencial de la Galia romana en aquel genial volumen de 1971 de Goscinny y Uderzo.
Pero la cosa no queda ahí. Las referencias son múltiples para el lector informado. Por ejemplo, la constante presencia de los personajes secundarios te evoca en parte al mejor Astérix según casi todas las encuestas: “Astérix legionario” (1969). En aquel magnífico volumen, la gracia venía por un conjunto de aspirantes a legionario llegados de todas las provincias de Roma: galos, egipcios, griegos, bretones, godos… Y cada uno con su carácter y tradiciones y que, por así decir, “iban a su bola”. Esto, por supuesto, desquiciaba al pobre centurión que les intentaba enseñar marcialidad. En “Asteríx en Italia” nos cuentan una carrera de cuadrigas por la península itálica y los participantes proceden de distintas parte del imperio (incluso de fuera). Como siempre, cada "bárbaro" habla en su idioma: los godos con caracteres germanos, los griegos con su grafía de "palitos", las númidas con jeroglíficos, etc.
También es inevitable no acordarse de “La vuelta a la Galia”, aquel álbum del lejano 1965 que es famoso, sobre todo, por ser el primero donde aparece el bueno de Ideafix, el perro más conocido del cómic si, por supuesto, excluimos de la lista a Milú.
Además, fieles a los orígenes, nos encontramos con todo los elementos obligatorios en un cómic de Astérix: juegos de palabras, nombres hilarantes, personajes reales caricaturizados (Luciano Pavarotti, Silvio Berlusconi…), peleas, comilonas, poción mágica y hasta los piratas... ¿Qué más se puede pedir? Pues hay algo más, ya que parece que se ha querido desterrar en parte el sambenito de teórico infantilismo que injustamente acarrea este cómic. Así, la trama, en realidad, es bastante adulta: Los senadores de Roma (los políticos) urden una distracción para tener entretenida a la opinión pública: una carrera de cuadrigas por etapas que recorra la Península Itálica, esto es, “pan y circo”, nunca mejor dicho dada la época romana de la historia. Con ello pretenden que no se hable de una de las corruptelas de moda en el momento: la malversación de los fondos públicos destinados al mantenimiento de las calzadas romanas y que, en realidad, los políticos (senadores, en este caso) utilizan para sus “orgías”. ¿Les suena de algo este argumento?
En resumen, me ha parecido un buen Astérix, aunque confieso que se me ha hecho un poco corto. La trama da quizás para hacer un cómic de 62 páginas (en vez de las acostumbradas y encorsetadas 44) o dos álbumes; pero cualquiera de estas ideas sería algo inédito en la colección y parece que no se quiere arriesgar demasiado ante un público tan exigente.
Por último, me sorprende otra cosa de este Astérix: el precio de su primera edición. Menos de ¡10 euros! “Astérix y los pictos” (2013) y “El papiro del césar” (2015) me costaron cada uno 12,25€. El papel parece más fino, si es que eso es posible, y el lomo es más estrecho (de nuevo, si es que eso es posible)… Pero en lo esencial es un libro de Astérix como los de siempre.
Al final, sin ser creyentes, terminaremos por creer en la resurrección de los muertos. Que así sea.
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