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Mi padre fumaba mucho cuando yo era un niño. En concreto le gustaban los “Celtas”, que era una marca de tabaco negro con una oscura leyenda de dureza a sus espaldas. La cajetilla era bonita y épica: bajo el nombre de la marca había un imaginario guerrero celta dibujado, que parecía más bien un vikingo, con su espada en alto, su escudo y su casco alado. Para ahorrarse algún duro, mi padre compraba el tabaco por cartones, de manera que a veces entraban en casa varias decenas de cajetillas de una tacada. Cuando no me veían, cogía esos ladrillos que en realidad eran las cajetillas a mis ojos y daba rienda suelta a mis dotes de arquitecto y diseñador de espacios. Así, hacía torres, pirámides y casas de elegante y cuadrado diseño. Pero lo que mejor se me daba era construir recias fortificaciones para los Clips de Famobil, con sus puertas hechas con tres cajetillas y sus muros a doble altura. Los Clips vivían algún tiempo en paz, defendidos por tan bien diseñada empalizada. Pero en mis juegos infantiles siempre existía el drama y el conflicto, incluso la guerra; y así, un día inesperado, de lugares remotos y con intenciones de conquista, aparecían dos muñecos Geiperman, tres o cuatro veces más grandes que los pobres Clips y, si comparamos los diseños de unos y otros, en un estado de evolución bastante superior. Entonces era cuando mis muros de cajetillas de Celtas tenían que demostrar su valía. El choque entre las dos civilizaciones siempre era cruento y sin cuartel; y como no podía ser de otra manera, las primeras bajas se las llevaba el tabaco.
Quizás, en las pruebas de resistencia que representaban estas batallas para mis construcciones, algunas cajetillas terminaban abolladas, incluso rotas; por fuera y por dentro. Pequeños daños colaterales que en cualquier estudio de resistencia de superficies hay que asumir. Pues lejos de alabar mis inquietudes arquitectónicas, mis padres afeaban mi conducta, regañándome, y me quitaban la materia prima con la que formaba mis sueños edificables.
Los pobres Clips de Famobil, sin defensas estructurales, aturdidos mientras veían como sus muros defensivos desaparecían hacia el cielo por fuerzas que no comprendían, eran barridos por los dos Geiperman, que aprovechaban el inexplicable golpe de suerte sin piedad. Una carnicería.
Años después mi padre dejó de fumar. Se dio cuenta en el taller de encuadernación donde trabajaba en ese momento que tenía encendidos tres cigarrillos en distintos sitios e iba a encender el cuarto. Apagó los cuatro cigarrillos y tiró la cajetilla. A partir de entonces pasó unos meses fastidiado, ya que la comida le sabía mal y el vino que acompañaba al almuerzo picado. Tras el periodo de adaptación de su organismo, volvió a saberle todo bien y se desintoxicó para siempre. Fue un gran avance personal y familiar, aunque por otro lado, quizás la arquitectura moderna perdió a su mayor maestro; pero eso nunca se sabrá.
Nostalgias Pretéritas – Expresión Artística (fragmento)
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