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Foto del escritorMario Garrido Espinosa

Fabulando sobre la realidad más horrenda. Tintín, El Cetro de Ottokar

Actualizado: 1 jul 2020


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Cuando eminentes tintinófilos, sesudos pensadores Hergenianos y otros eruditos en la materia son preguntados por sus obras preferidas del reportero belga, será muy raro que te digan que “El cetro de Ottokar” se encuentra en su TOP-3. Yo, que no llego a la dignidad de ninguna de las tres categorías enumeradas al inicio, tampoco soy muy distinto en mi elección. Mis aventuras preferidas son “Tintín en el Tibet”, “Stock de Coke” y “El asunto Tornasol”, obras todas ellas muy alejadas en estilo y tiempo de la que hoy nos ocupa. Sin embargo, me gusta reivindicar “El cetro de Ottokar” como uno de los álbumes importantes del personaje, ya que creo que Hergé dio un paso significativo en su narrativa con este título y a mí me sirvió, como veremos, para plantear la estructura de mi novela más exitosa.

Como esas eminencias que hemos referido antes saben muy bien, “El cetro de Ottokar” se publicó en su primera versión en blanco y negro en el suplemento infantil “Le Petit Vingtième”, entre el 4 de agosto de 1938 y el 10 de agosto de 1939. En 1947 Hergé volvió a redibujarlo (con esa extraña multitud de estilos de los primeros álbumes redibujados; aquí no resulta tan exagerado como en el “Loto azul”, pero notar, se nota) con la ayuda de Edgar P. Jacobs, el creador de Blake y Mortimer. Tanta ayuda prestaba el bueno de Jacobs (se nota sobre todo en las bélicas escenas finales con aviones de por medio) que hasta quiso figurar como coautor. Y Hergé se negó. Sea como fuere, los dos genios del cómic realizaron una versión final de la historia con algunas planchas muy cuidadas y bellas, como la misma portada o el folleto publicitario de tres páginas de la bohemia e historiada Syldavia. Por el contrario, en las viñetas de las primeras planchas podemos ver a un Tintín muy tosco, primitivo, casi como si hubiera llegado el día antes del Congo o, si me apuran, del país de los Soviets (supongo que se entiende perfectamente la analogía que pongo como ejemplo, ¿verdad?).

Pero lo más interesante de esta aventura no es la parte gráfica, que vemos que está retocada, realizada a cuatro manos, carente de un único formato, y que difiere bastante del precioso estilo final que llegaron a tener las últimas aventuras de Tintín. A pesar de que hay viñetas de enorme belleza, como ya he dicho. No, aquí lo importante es la valiente historia que subyace en el argumento, que no es otra que la denuncia de la Alemania nazi y sus políticas totalitarias con las que ya empezaba a intentar quedarse con media Europa en los años en que se publicó la aventura; tengamos en cuenta la valentía de Hergé (que al fin y al cabo es el único que firmaba), que realizó está denuncia unos pocos años antes de que Bélgica fuera ocupada por los nazis. Pero el genial autor utilizó una estupenda licencia literaria para que no apareciera la palabra “Alemania” (y Austria) por ningún lado del relato. Básicamente, se inventó la geografía donde sucedía la acción. Así, la historia se desarrolla en dos países inventados, Syldavia y Borduria, indisimuladamente ubicados en la Europa del este. Tintin, tras su accidentada entrada en la inventada Syldavia, cayendo desde un avión, recorre algunos paisajes y pueblos pintorescos con sus gentes que, sin duda, podríamos identificar como pertenecientes a Albania, o a Hungría o a cualquiera de los naciones de la antigua Yugoslavia; además, resulta muy difícil no darse cuenta de a qué países, más o menos, se estaba representando, si uno se fijaba, por ejemplo, en la tipografía germánica de las letras del lema del escudo de Syldavia, en su pelícano negro o en los palacios y vestimentas de la corte y el Rey. Por no hablar del villano principal de la aventura: Müsstler, el supuesto jefe del partido “Guardia de acero”, que en realidad es el lider de la Z.Z.R.K. (Zyldav Zentral Revolutzjonar Komizat) cuya intención es derrocar la monarquía y anexionar la buena Syldavia a la mala Borduria. Como vemos, El nombre del líder de esta organización de siglas con aires comunistas, no es otra cosa que la combinación de Mussolini y Hitler. Así que nos encontramos con muchas y arriesgadas referencias a las terribles corrientes políticas que se estaban estableciendo en Europa por aquel tiempo y que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Si aún les queda alguna duda de lo que les cuento, revisen los uniformes de los militares bordurios. No creo que sea casual el inquietante parecido con la indumentaria nazi, ¿verdad?

Por tanto, en este título tan injustamente olvidado, Hergé utilizó un recurso que a mí me encanta: inventarse un universo para contar (denunciar) una historia muy real y muy grave. En este caso se inventó dos países de la Europa del Este, con una arraigada y típica historia a sus espaldas (invasión de los turcos incluida, como le vino pasando a media Europa hace seis o siete siglos) y donde uno de ellos pretende anexionarse el otro, tal y cómo pasó con la anexión de Austria a la Alemania nazi en 1938. Vamos, que todo era muy claro para el que lo quisiera ver y estuviera mínimamente informado, aunque si se pidieran explicaciones, nada de lo narrado se podría decir que ocurriera sobre una geografía real. Pura invención, podríamos argumentar.

Modestamente yo empleé una técnica parecida con mi novela “Las Sinergias de Marcio”. Que nadie vea aquí un intento de compararme con el maestro Hergé. No sólo sería pretencioso; sería, más bien, abiertamente ridículo y risible. Pero si es verdad que, modestamente (insisto), utilicé la misma técnica de “El cetro de Ottokar” para estructurar mi novela (y pienso que no seré el único que lo ha hecho). Así, me inventé personajes, empresas y proyectos (a veces, nombrándolos con juegos de palabras que, como los que inventó Hergé, no engañan a nadie) para dar a conocer el mundo que se esconde tras las grandes multinacionales de consultoría informática que operan en España. Y reconozco que, igual que Hergé, a pesar de lo grave del asunto (lo de mi novela, reconozco, menos grave que el nazismo o el comunismo), el enfoque siempre fue contarlo con mucho humor, que en mi caso siempre termina por ser sátira, ironía y algo de exageración, tal como suelo escribir. Sea como fuere, de forma tal vez inconsciente, el gran maestro belga me enseñó el camino para plantear la estructura de mi novela más exitosa. Modestamente (insisto por tercera vez), me gusta pensar que es así. Dicho con toda la humildad posible.

Volviendo al cómic, creo que Hergé, con esta historia altamente politizada, parece también querer espantar el supuesto carácter infantil de su creación más universal. Aunque bien es cierto que luego empezó “Tintín en el país del Oro Negro” y lo tuvo que dejar inconcluso tras la invasión de Bélgica en el año 1940. Las siguientes aventuras, “El cangrejo de las pinzas de oro” y “La estrella misteriosa”, serían más un divertimento para todos los públicos (estupendo, por cierto) que una nueva aventura adulta de denuncia encubierta, con sutiles (o no tan sutiles) referencias a la actualidad.

Por otro lado, “El cetro de Ottokar” tiene algunos detalles importantes que le dan bastante peso al título, dentro de la evolución del personaje: como ya hemos dicho, nos presentan por primera vez los países de Syldavia y Borduría donde nuestro héroe volvería en aventuras futuras; aquí aparece por primera vez la Castafiore con su pianista Igor Wagner; también hace su primera incursión en el “Universo Tintín” uno de los villanos icónicos de la serie, el coronel Jorgen con su famoso monóculo, que volvería a hacer de las suyas en la aventura en la Luna; se introducen los “cameos” dentro de un cómic: en la parte inferior de la página 38 aparecen Hergé y Jacobs, su ayudante, uniformados a la moda de la corte Syldava y los dos geniales autores vuelven a asomar la cabeza, junto a sus señoras, en la preciosa viñeta de las últimas páginas donde Tintín desfila por la sala del trono de un palacio que parece sacado de la Babiera más imperial, aunque estemos en Syldavia, no nos olvidemos. Entre los miembros de la corte real del Rey Muskar XII de Syldavia podemos ver a las dos parejas, muy dignos como merece la ocasión ¿Cuántos cameos de este tipo o parecidos hemos visto con posterioridad en infinidad de cómics?

Por todo ello, “El cetro de Ottokar” es un gran álbum, quizás un poco olvidado dado el tirón que han tenido otros posteriores, pero que no debemos dejar de lado cuando se analiza la totalidad de esta obra fundamental del cómic (y de la literatura, me atrevería a decir), dadas las muchas virtudes “encubiertas” que atesora.

Cerremos el artículo con lo que aconseja Milú a su dueño, haciendo caso a su instinto, al principio del relato: «Haces mal, Tintín. Sabes que el ocuparse de asuntos ajenos no trae más que disgustos.»

Y es que hacemos poco caso a nuestras fieles mascotas, que siempre miran por nuestro bien. Y el suyo.


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