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Parece que se hubiera puesto de moda realizar cómics con la temática de la Guerra Civil o los primeros años de la dictadura de Franco de por medio. Como ejemplos podemos enumerar los estupendos “Jamás tendré 20 años” de Jaime Martín o “El ala rota” de Kim y Altarriba. En estos dos casos que he puesto da la sensación de que los autores saben de lo que hablan, ya que cuentan, más o menos noveladas, las experiencias de sus padres o abuelos. Por supuesto, en una cuestión de este tipo, siempre se tiende a “arrimar la ascua a tu sardina”. En los dos casos citados los malos son los Nacionales. No me parece mal si, efectivamente, esas fueron las vivencias reales en las que se basa cada una de estas historias; pero incluso en estos cómics se muestra algún personaje del bando “de los malos” que, en realidad, es buena persona, aunque le tocara estar en el bando Nacional. Lo que es más raro es que en relatos de este tipo (no digamos ya en el cine español, tan politizado y sesgado hacia uno de los bandos) aparezca en el bando oficial de los buenos, el Republicano, alguien que se aprovechara de la Guerra para realizar todo tipo de tropelías, cosa que se sabe que fue cierta en muchos lugares y ocasiones, antes y durante el conflicto.
Pero, afortunadamente, cada vez se ven más ejemplos de cierta imparcialidad al retratar una guerra. Así, Steven Spielberg, en su obra maestra (una de ellas, tiene tantas…) “Salvar al soldado Ryan” (1998), sin obviar que los malos de este caso, sin discusión posible, son, evidentemente, los nazis, se permite, por ejemplo, tras la escena irrepetible que describe el desembarco de Normandía, mostrar a un grupo de nazis que se rinden con los brazos en alto y a un grupo de los americanos (los buenos) que los masacran sin ningún miramiento. Y es que la guerra es así. Lo digo, afortunadamente, por lo que me dicta el sentido común y por lo que he leído… No estuve en ninguna y espero no estarlo nunca.
Pero si el narrador de la anécdota bélica en cuestión está contando su propia historia o transcribe lo que sabe sobre sus antepasados, es lógico que tome partido y pondrá de “malos malísimos de toda maldad” a los del bando contrario y de “buenos buenísimos de toda bondad” a los del suyo. Y esto es algo que de forma cansina (con honrosas excepciones) vemos en nuestro cine, como ya he referido, cuando se trata de la Guerra Civil española. Los republicanos suelen ser bellísimas personas, ilustrados, librepensadores y de educación exquisita (todos o casi todos) y los nacionales son la representación del mal absoluto, la ignorancia, el fanatismo religioso y los modales barbaros (en este caso, todos, todos); sea esto descrito, quizás por mi parte, con un punto de exageración… o no.
Pues en el cómic que nos ocupa, “Doble 7”, de Yann y André Juillard, se evita esta forma tan simplista de ver el conflicto; y es de agradecer. No toma partido por ninguno de las dos posturas y, con alguna diferencia, decide circunscribir a los dos contendientes en el lado del mal, lo cual, a priori, parece una visión, con sus inevitables matices, bastante más cercana a la realidad que la habitual. Aunque creo que en su afán de mostrar las aberraciones de cada uno de los dos bandos se olvida de contarnos en profundidad alguna historia principal que tenga realmente interés; y, así, descuidando el teórico hilo argumental del cómic, la trama se pierde en un montón de pasajes, tópicos y anécdotas de la Guerra Civil: Ernest Hemingway en los toros o borracho, republicanos intentando violar a unas monjas, la Legión Cóndor bombardeando Madrid (pero no el barrio de Salamanca, que es donde habitan los ricos, los nacionales), los rusos llevándose el oro del Banco de España, los nacionales torturando a un piloto, la masacre de Paracuellos, la Pasionaria liderando a los suyos, los comunistas traicionando a los Republicanos, el Guernica de Picasso, un “¡No pasarán!” dicho casi sin venir a cuento (pues lo dice una anarquista que se enfrenta, en este caso, a unos comunistas) y mucho más. Entre todo este batiburrillo, los dos bandos se llevan “tortas” por parte del guionista (que se empeña en que veamos que es imparcial, que no congenia con ninguno) de manera casi alterna y aunque todas esas “tortas” colegimos que son merecidas, este inventario (de “tortas”) provoca que la supuesta historia principal, el amor entre Román, un piloto ruso, y una miliciana anarquista (Lulia, nada menos que la hija de la Pasionaria, que ya es casualidad), no sea más que una excusa para ir dando salida a todos esos tópicos (reales todos, por desgracia) que conforman las salvajadas y tropelías realizadas por las dos partes enfrentadas durante la Guerra Civil española.
Pero también los autores se dejan llevar por los otros tópicos que de los españoles se tiene por el mundo. Así, los rusos, mientras hablan de Stalin y la NKVD (la antigua KGB), beben manzanilla; y la Pasionaria, por su cumpleaños, cocina un cocido (lógico, estando en Madrid, ya se sabe… es lo único que comemos, todos los días). Si la historia se desarrollara en Valencia, por ejemplo, supongo que la joven Dolores Ibárruri habría cocinado una buena paella, con su socarrat y todo. En fin…
Por otro lado, la parte gráfica que nos propone Juillard es tan sorprendente como suele. Esa línea clara magistral a la que nos tiene acostumbrados y que, en este caso dado la época, nos recuerda a sus magníficas intervenciones en la serie “Blake y Mortimer”, nos hace pararnos en casi todas las viñetas. Magnífico cuando dibuja los aviones, los coches, los uniformes… Pero, sobre todo, en esas escenas en las que retrata el Madrid de la época, con los bombarderos sobrevolando las cúpulas que hacen reconocible en todo el mundo a la capital de España; o ya en tierra, en las Ventas o por las calles y los locales de la ciudad, como el café Chicote donde se desarrolla parte de la trama.
En resumen, una obra irregular, quizás para el público español, más informado respecto de su Guerra Civil (al menos los que tuvimos la suerte de estudiar la E.G.B.), a pesar de su dignísimo esfuerzo en mostrar a los dos bandos con sus aciertos y sus miserias. Tal vez, un lector extranjero, menos familiarizado con el conflicto, le resulte más interesante este cómic y lo disfrute más. Supongo que con la Guerra de Secesión, pongamos por caso, los europeos, a priori menos informados, nos resultará más atractiva una historia sobre esta guerra aunque esté llena de tópicos; por el simple hecho de que esos “tópicos” no los conocemos. Pero el público norteamericano, me temo, lo verá con otros ojos más críticos.
Terminemos con una buena frase que podemos leer en la plancha 54: “La República Española ha dado muestras de gran ingenuidad pensando que podía luchar contra el fascismo franquista aliándose con otro fascismo todavía más perverso: El estalinista.”
Amén.
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#estuComic ;)
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