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Foto del escritorMario Garrido Espinosa

La Iglesia de San Pedro, por dentro. Janitor, El ángel de Malta y Fin de Semana en Davos

Actualizado: 1 jul 2020


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Las aventuras tipo “James Bond” suelen gustar al público en general. Un tipo fuerte, guapo, listo y seguro de sí mismo que desbarata grandes complots internacionales es un buen punto de partida para contar historias que entretengan al personal menos exigente o a ese otro que busca emociones fuertes. Por eso también triunfan las historias de “Misión imposible” o Jason Bourne. Y es normal. Por otro lado, a muchos también nos atrae ese mundo secreto que presumimos en ese pequeño país, El Vaticano, que alberga a la mayor secta sobre la Tierra: La Iglesia Católica. El inmenso poder que emana de esta organización y las estancias secretas de sus instalaciones a muchos nos fascina, al igual que sus intrigas, costumbres y esfuerzos por intentar atraer a las masas hacía su mentalidad medieval, completamente anacrónica en nuestro tiempo, pero cuyo peso es indiscutible en el resto de naciones, en teoría, modernas. Por eso triunfan series como “El joven papa” (2016) de Paolo Sorrentino o las historias que se inventa Dan Brown sobre el tema: “El código Da Vinci” o “Ángeles y Demonios”.

Pues bien, cuando alguien decide contar una historia donde se mezclan los dos mundos (el de los espías de alto standing y el de los secretos vaticanos), entonces los curiosos del tema, como yo mismo, salimos de nuestra madriguera para ver qué se cuece. Ya ocurrió con la novela “La piel del Tambor“ de Arturo Pérez-Reverte, donde se empezaba a introducir la curiosa figura del agente secreto con alzacuellos. El mundo del cómic no es ajeno a esta fuente de, a priori, buenas historias. Es el caso de este “Janitor” de Yves Sente y François Boucq, el cómic que nos ocupa.

Vince Hayes es un seminarista bien parecido al que, todo parece indicar, le va a quedar para septiembre el tema del “voto de castidad”. El caso es que es un hombre de acción bastante solvente y en una misión de rescate de documentos comprometidos para el Vaticano en Malta corona una lista de méritos suficientes (siete exitosas misiones de protección y tres de información en dieciocho meses) como para ser nombrado tercer Janitor (Trías de nombre en clave); esto es, uno de los doce encargados, en secreto, de velar por la seguridad de los miembros más relevantes de la curia católica. Y, de paso, espiarlos; como muy bien se lo explica su superior: «Como supondrá, en una organización tan vasta como la nuestra, ciertos elementos son menos de fiar que otros para la jerarquía… Esos elementos deben ser vigilados discretamente desde el interior.» Esto es: «¡Proteger a la Iglesia contra los miembros que sucumben a las malas tentaciones!» Visto así, y dado el historial de la organización, parece que doce janitors, por mucho que sea una cifra redonda y apostólica, puede resultar poco personal para la carga de trabajo que habrá que acometer. De cualquier modo, nuestro protagonista parece preparado para sacar mucha producción, a pesar de que, de momento, sólo ha protagonizado cinco álbumes y no da la sensación de que los editores quieran continuar la saga. Una pena, sin duda.

Pero volvamos a centrarnos en los dos primeros tomos de este personaje pseudo religioso. No me resisto a comentar el comienzo de la historia en La Valeta, en Malta. Se trata de una escena llena de acción que parece sacada de cualquier película del agente 007, de esas que hay justo antes de que aparezcan los elaborados créditos iniciales y que, casi siempre, nada tienen que ver con la trama principal de la película. Los que hemos visitado la isla mediterránea hace años, cuando pululaban aquellos autobuses viejos y tan característicos, no podemos más que asombrarnos del detalle casi fotográfico con que Boucq nos muestra la ciudad (exactamente como la recuerdo) y el enorme oficio que tiene a la hora de plasmar una persecución que muchos, alguna vez, hemos imaginado: una carrera a muerte de estos peculiares autobuses amarillos por las estrechas y empinadas calles de la capital maltesa. Este perfeccionismo nos da una idea de lo exacto que, seguramente, es cada escenario mostrado en cada viñeta, ya sea Roma, la suiza Davos, California o, sobre todo, las siempre misteriosas y ocultas dependencias del Vaticano, con sus pasillos llenos de obras de arte y secretos, sus “eminencias” purpuradas moviéndose silentes por ellas, sus pasadizos escondidos entre los restos de la antigua Roma y los huesos de los habitantes de sus catacumbas… y demás lindezas fascinantes por el estilo que proporciona su secretismo a la imaginación de cualquier mortal.

Nuestro Janitor, como no puede ser de otro modo, comienza sus misiones investigando sobre un tema relacionado con algo en lo que son toda una autoridad en el Vaticano: el dinero. Por eso termina en el Foro Económico de Davos, desenmascarando irregularidades varias de algunos altos cargos dentro de la Curia, a parte de un complot internacional que trata de desestabilizar la Bolsa y mover capitales hacía donde más interesa a los “malos” . Como este argumentario económico no parece muy atrayente, el guionista enriquece la misión de Vince haciéndole lidiar con sicarios que le persiguen por los Alpes nevados y bellas (y poderosas) mujeres que intentarán seducirlo, como corresponde a la fama de esta especie de James Bond eclesiástico.

Como vemos, detrás de esta pretendida historia de acción, con persecuciones e intrigas en distintos puntos del planeta, se escode una dura crítica (supuestamente novelada e inventada) sobre las luchas de poder político y económico que sustenta el Estado Vaticano. También las guerras por ostentar la hegemonía sobre las creencias que les dan todo ese poder y la recopilación (y tergiversación) de toda la información que sea sensible para la organización. En resumen, poco más o menos, lo que nos enseñó Jesús con tanto esfuerzo… sólo que todo lo contrario.

Terminamos con la siguiente advertencia que le hace a nuestro protagonista un guardia de seguridad de uno de esos “departamentos súper secretos” que se presuponen en la Santa Sede: «Y tú ten cuidado, Vince, que te acercas a la vocación a grandes pasos.»

Pues eso, no nos vayamos nosotros mismos a creer nuestras propias mentiras, que podría decir alguna de sus eminencias, especialmente honesta.


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