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Nos encontramos ante un cómic agraciado, entre otros galardones, con el Premio Nacional del cómic. En concreto el del año 2008. Este dato y el buen hacer de su dibujante en la adaptación a las viñetas de las novelas de Manuel Vázquez Montalbán sobre el detective Pepe Carvalho, me hicieron sentir curiosidad por este álbum. Y, tras haber disfrutado con su lectura, aun desconociendo los otros candidatos al prestigioso premio de aquel año 2008, he de decir que me parece un ganador muy merecido.
“Las serpientes ciegas” es un cómic donde el guionista Felipe Hernández Cava y el dibujante Bartolomé Seguí nos cuentan una extraña historia donde un inquietante sujeto vestido de rojo, con pelo y perilla pelirroja y un peculiar peinado que, en el sorprendente capítulo final, cobra todo el sentido, anda tras la pista de un sujeto que, simplemente, no ha cumplido con un pacto y ha de pagar por ello. Con este peculiar argumento de entrada nos sumergimos en el Nueva York de los años de la Gran Depresión, acuciado por un insufrible calor, lo que nos hace pensar que vamos a leer una historia de la llamada serie negra. Pero según avanzan los capítulos (el cómic está estructurado en siete capítulos de ocho páginas, donde nos vamos moviendo por el pasado y el presente sin que por ello exista ninguna confusión), vemos que también es un relato bélico, en este caso ambientado en la Guerra Civil española, en concreto en la Batalla de Ebro entre otros escenarios.
Pero el sujeto que busca el hombre de rojo también anda buscando a otro para vengarse de él por algo que ocurrió durante la Guerra Civil y que poco a poco se nos va desvelando.
Con estos mimbres, el cómic nos va sumergiendo, casi sin enterarnos, en una atmosfera caliente y sofocante en Nueva York y helada e inquietante en las inmediaciones del Ebro; siempre observando un intencionado trazo grueso, con marcados matices rojizos en casi todas las viñetas (algo que de algún modo también se entiende en el capítulo final), que nos invita a seguir leyendo y a saber qué es lo que ha pasado para que unos y otros se anden buscando con tanto ahínco.
Pero a pesar de lo genial del planteamiento y de la historia de venganza, el álbum trata de hacer una denuncia muy clara sobre hasta dónde se puede llegar con los extremismos. Esto se ve reflejado, sobre todo, en el tercer personaje sobre el que se quiere vengar el hombre buscado por el turbador señor de rojo. Este individuo es un fanático (y asesino también), embrutecido por la ideología comunista que, como sabemos, es muy dada a ello y más en aquel tiempo bajo la tutela del genocida Stalin. Debemos de entender que se ha elegido el comunismo como ejemplo de posible fanatismo extremo, pero la denuncia, sin duda, se hace extensible a cualquier tipo de fanatismo, de cualquier signo. Como no puede ser de otro modo, todos los que se mueven alrededor de este personaje sufren las consecuencias (a veces su propia muerte) de una forma de entender las cosas llevadas al extremo. Incluido él, que presumiendo de ser amigo del “camarada Laurenti Pavlovich Beria” (entre otras cosas, el jefe de la policía secreta de Stalin), termina viendo como en un momento dado los suyos (la NKVD, en este caso) van a por él. Hasta para los extremistas más extremos, cuando un elemento es demasiado “extremo”, lo tratan de eliminar, porque, entre otras cosas, se vuelve impredecible e incontrolable. Y, además, podría hacer sombra o incluso sustituir a quien sea que abstente algún tipo de poder en ese momento dentro de la organización. Para evitar que esto pueda ocurrir y dar ejemplo, estas ideologías extremas suelen aplicar la solución que no tiene vuelta atrás. No falla.
Volviendo al cómic, en la parte gráfica he notado cierto parecido en algunas viñetas, sobre todo en el tratamiento del color de las caras, con el peculiar e inconfundible estilo de Miguelantxo Prado. Es muy exagerado, a veces. No sé si es una especie de homenaje. En cualquier caso, el resultado es adecuado, aunque en esas viñetas parece que estuvieras leyendo un cómic de Prado, lo que le da un punto de extrañeza.
Y, por supuesto, está el gran capítulo final donde, como ya he dicho, todo cobra sentido. Confieso que cuando terminé de leer el capítulo seis, sabiendo que sólo quedaban otras ocho páginas para culminar el libro, pensé que no era posible que en tan pocas viñetas se resolviera toda la trama de forma satisfactoria. Pero nada más lejos. Todo queda explicado y coherente, tanto es así que es inevitable volver a los capítulos anteriores a constatar que todo está hilado al milímetro, incluido el ya citado peinado del señor de rojo.
Por último, no me resisto a hacer constar un par de paralelismo (buscado o no, no sé). Y ambos, casualmente (o no, insisto), tienen que ver con clásicos de Clint Eastwood. El primero es “El jinete pálido” (1985). Hay algo en las dos historias muy parecido. No diré el qué, para no desvelar la trama, pero seguro que el lector y cinéfilo inteligente lo verá en seguida. La segunda coincidencia es la estupenda portada del cómic si la comparamos con la carátula del clásico “Sin perdón” (1992). No es que sea un calco, pero la recuerda bastante: El inquietante protagonista de rojo aparece de espaldas, con chaqueta y sombrero, medio mirándonos de soslayo, con los rascacielos de Nueva York al fondo. Y, efectivamente, aquí, como en la película del maestro Clint, tampoco hay perdón.
En resumen, un gran cómic que debería formar parte de esas hipotéticas estanterías de una no menos hipotética biblioteca que atesorara los mejores cómics realizados por autores españoles. Yo, de esta biblioteca, sería socio.
Terminemos con las palabras que el misterioso señor de rojo nos dedica nada más empezar: «Mientras en Europa está a punto de desatarse una guerra de imprevisibles consecuencias, yo acabo de llegar a Nueva York… una babel a la que nunca le faltarán poetas que sepan rimar sus grandezas y sus miserias.»
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