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LUNES 3 DE septiembre DE 2001
Sin apenas darse cuenta, los tres exploradores llegaron a las Gradas de Soaso. Esta es una cascada escalonada metida en una zona que le da relativa privacidad. Seguramente por eso, un hombre cuarentón y regordete se metió con mucho cuidado en la poza helada, flexionó las piernas y se sumergió en el agua logrando un cambio inmediato de color y expresión en su rostro. Salió como un resorte haciendo disimulados aspavientos por el frío. Dos mujeres que iban con él aplaudieron la hazaña y le tiraron una foto que una vez revelada debió ser motivo de risa y chufla. Pero la gloría y el orgullo del esforzado héroe se esfumaron en unos instantes ya que las dos mujeres desviaron la mirada hacia el fondo de la cascada, justo donde caía el agua formando un pequeño lago. Allí, tres extranjeros rubios, altos y en buena forma se habían quitado el bañador y, completamente desnudos, estudiaban poco a poco cómo meterse en el agua.
—¡Yiuuioooo! —gritó una de las dos mujeres intentando que se dieran la vuelta y, así, poder inmortalizar en una foto alguna parte de su anatomía que, al parecer, debía de interesarles más que su trasero... cosa que, por cierto, ya habían registrado con su cámara.
El hombre que primero se metió al agua ahora estaba empequeñecido, sentado en una roca. Echando miradas furtivas cargadas de rencor, desenvolvió un paquete de papel de plata y extrajo un bocadillo; con visible tristeza se puso a mordisquearlo de manera miserable. Las dos mujeres ya no le hacían caso y menos todavía cuando uno de los tres nudistas, por fin, pegó un elegante brinco y se tiró de cabeza a la poza.
Las excitadas féminas chillaron y aplaudieron.
Luisito, mientras tanto, intentaba hacer una foto en la que no salieran los hombres desnudos, a los que, por cierto, el agua helada no parecía afectarles.
—¡Hay que fastidiarse! Dónde está un guarda forestal cuando se le necesita... —se lamentó.
—Déjales, no hacen daño a nadie —quiso serenar Mario, que reía con el poco tacto de las dos fotógrafas.
—No hombre —terció Pepe—. Esto es parque nacional y aquí está prohibido bañarse...
—Y menos como si esto fuera una piscina municipal...
—Ya, ya... —añadió Mario—, pero si en vez de estos tres pánfilos, las que estuvieran ahí, haciendo lo mismo y de la misma guisa, fueran, pongamos por caso, Nicole Kidman, Elle McPherson y Salma Hayed, por decir tres cualesquiera que se me acaban de ocurrir, ya veríamos si nos molestaban tanto... A mí, desde luego, no me molestaría nada de nada… Y estaría aplaudiendo igual que estas dos idiotas.
Sus acompañantes callaron, luego otorgaron. Pensaron en la escena, cada uno centrado en el imaginado cuerpo de su preferida de las tres... Y es que cuando se dan razones tan bellas y contundentes poco se puede apostillar.
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