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Campo abierto

  • Foto del escritor: Mario Garrido Espinosa
    Mario Garrido Espinosa
  • 16 jun 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 26 may

una vista panorámica de la llanura castellana

En estos tiempos que corren, hasta los más urbanitas, como yo, echamos en falta el campo abierto. Mirar al infinito, el cielo lleno de nubes, las distintas tonalidades del terreno, los cambios del relieve a lo lejos... Esto nos recuerda a ese género cinematográfico que, en cierto modo, resume y sintetiza todo lo bueno que tiene el cine: el wéstern. Ya saben lo que se dice: "A quien no le gusta el wéstern, no le gusta el cine", frase que mucho enfada a todo aquel amante del cine que aborrece las “películas de indios y vaqueros”. Pero incluso estos señores de dudoso gusto han de reconocer que en estos filmes se ven muchos "campos abiertos", ya sean llenos de indios, con la caballería cargando, con vacas, con búfalos... o sin nada, solo el paisaje limpio, ya sea las Montañas Rocosas, un desierto de sal de Utah o un páramo de Almería. Y hablando de limpieza, o mejor dicho, de la falta de la misma. En las pelis del Oeste también suelen salir bravucones de taberna buscando pendencias. Estas escenas me recuerdan a las sesiones del Congreso de los últimos tiempos.

—Yo soy el más rápido a este lado de esta comunidad autónoma —oiremos a un señor muy serio.

—¡Falso, señoría! El más rápido soy yo —enuncia otro diputado.

—Con el permiso de la señora presidenta —aduce un tercero—, yo más.

—No, yo más...—se reafirma el primero, alardeando de su capacidad para sintetizar y de un vocabulario propio de los wéstern de los que hablamos; en concreto nos referimos a las únicas cien palabras del idioma del hombre blanco que venía manejando un indio apache.

Y es que cuando debaten (es un decir), nuestros patres conscripti exhiben una falta de argumentos y de soluciones propias de un Espagueti Western de serie B. Por lo menos en las películas terminan desenfundando y demostrando o no lo que dicen, habiendo siempre algo de acción, de audacia, de conclusión... Y además, en esta “conclusión” casi siempre gana el bueno, lo que es de agradecer. Pero me temo que éste es un problema en nuestro ejemplo del Congreso, porque ¿cuál es el bueno?


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