Arte minimalista
- Mario Garrido Espinosa
- 11 jun 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 26 may

Acudo al Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid y, tras el repaso a las múltiples maravillas mostradas en los pisos segundo y primero, me adentro, no sin temor, a ver la exposición temporal del piso cero. Y, ¡ah calamidad!, me encuentro con muchos cuadros de esos que no sabes si los han colgado bien o al revés; y que, además, daría igual el despiste de los operarios, porque ni el autor, seguramente, se daría cuenta. Y es que a mí el arte moderno (creo que es más correcto decir “arte contemporáneo”) no me termina de convencer, máxime si antes acabo de recibir una dosis tan alta de “arte no moderno”: Canalettos, Ghirlandaios, Goyas, Dureros, Caravaggios… Con todo, rebuscando entre los cuadros de la muestra, perteneciente a Georgia O’Keeffe, me tropiezo con muchos de una gran belleza; abstracta casi siempre, sí, pero bonitos… Extraños, sí, pero llamativos… hasta podría llevarme alguno para colgarlo en mi dormitorio (por ejemplo, “Amapolas orientales” o “Narcisos amarillos”) y reconozco que sería muy agradable verlo todos los días. Así que voy separando el grano de la paja en mi recorrido, intentando centrarme en lo que me parece bello (aunque tenga que leer el título para saber qué representa; y aún leyéndolo no siempre me entere) y obviando de un plumazo eso otro que, sin dármelas de “maestro de la pintura” ni mucho menos, podría yo mismo realizar si me dieran un folio, un bolígrafo y un estuche de pinturas Alpino de las que usé en mi época escolar. Por supuesto, no me saldría una copia exacta de estos cuadros, pero les aseguro que se parecerían bastante. También les digo que si intento hacer el mismo experimento emulando en su versión “folio”, por ejemplo, un Velázquez, un Van Gogh, un Renoir, un Dalí o un Antonio López… pues perpetraría un churro que no se parecería al original ni en lo más mínimo. Aunque, bien mirado, si yo tuviera un nombre dentro del arte contemporáneo, ese “churro” podría valer millones. Creo que se va entendiendo la sutil diferencia que, siempre desde mi percepción de hombre corriente y moliente, intento explicar. En fin, que haciendo este expurgue visual llego al final del periplo y me topo con ese cuadro titulado “Puerta negra con rojo” y no doy crédito. «¡Pero qué cara hay que tener para pintar esto!», me asombro, ignorante de las muchas “supuestas” cualidades representadas en un lienzo donde, básicamente, hay pintado un cuadro negro sobre fondo rojo (con algún cuadradillo más por ahí, para despistar); entonces decido leer la nota situada junto al óleo e intentar entender todas esas virtudes que hacen que este lienzo de gran tamaño sirva de colofón de la exposición. Y, por supuesto, no pone nada del otro jueves, más allá de que “los detalles se reducen a lo esencial” y que obedece “al estilo minimalista del arte estadounidense de los años sesenta”. «Pues nada, Mario —me digo para mis adentros—, tú también vas a ser “minimalista” a partir de ahora.» Así, mi próxima “Nota de campo” será esta: «Hola»; y nada más. Sin punto final para reducir el escrito a “lo más esencial”. Y al texto lo titularé “Saludo, sobre papel blanco”; o el siempre socorrido “Sin título”. Y pondré una nota explicativa al margen, para que mis lectores menos avisados no se pierdan. En resumen, dirá algo de este estilo: «El autor se enfrenta al saludo más universal desde una perspectiva diferente, minimalista y dispareja. Este es el primero de una serie fundamental donde se busca la esencia más primaria del saludo, sin artificios, en contraposición con la despedida, en un proceso creativo donde el lector puede apreciar hasta el más mínimo detalle gracias a la máxima economía en el vocabulario. Esta buscada ausencia de retórica ayuda a reflexionar y nos evoca los silencios cotidianos que llenan de significado la vida corriente y que tanto marcaron la obra de todos los autores de su generación.» Como ven, tras esta nota de campo vendrán otras parecidas, ya que haré una serie de hasta siete (número arcano y redondo; y también “primo”, como los lectores potenciales de estos escritos) “obras literarias minimalistas”. Los seis genialidades que faltan serán algo así como «Buenos días», «Adiós», «Hasta luego», «Buenas», «Nos vemos» y, por último, la más compleja de todas ellas: «¿Qué tal, majo?»… Ojo, se trata solo de borradores; he de dar a estos complejos relatos unas cuantas decenas de vueltas hasta dejarlos perfectos, y eso lleva su tiempo, no se crean. Igual que el célebre Políptico de San Antonio de Piero della Francesca, que debió de llevar su buen tiempo el pintarlo, mi “políptico” me va a ocupar largos meses de trabajo. Es lo que tienen los polípticos en general; aunque, en particular, Piero fuera un pesado que ponía todos los detalles posibles en aquello que pintaba y, a pesar de ello, perpetraba, como vemos, un arte infinitamente menos arduo que este que nos ocupa: el minimalista y moderno, que es el peliagudo y el que no todo el mundo puede realizar. Lo de Piero lo pinta cualquiera. Lo minimalista no. Y así, mi políptico sobre el saludo y la despedida será a la literatura universal un titán a la altura de los poemas de Bécquer o las novelas de Galdós. No en tamaño, claro; pero complejísimo en su “modernez” y “falta de todo”. Así que ya les avisaré cuando termine las siete obras para que las puedan leer. Con la debida calma, tiempo y reflexión posterior. Y ya les dejo a ustedes que decidan si siguiendo esta nueva corriente literaria me convertiré en un reputado escritor de “arte moderno o contemporáneo” o, más bien, en un completo sinvergüenza, experto en tomar el pelo a la gente que se las da de entendida, snob y moderna (o contemporánea, que parece la acepción que hay que usar ahora en estas lides artísticas). Mi elección sobre este asunto la tengo clara. Y creo que el amigo Piero opinaría igual; y de arte, este tipo, me temo, sabía un rato.
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