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  • Foto del escritorMario Garrido Espinosa

Notas de Campo: Destape

Actualizado: 23 ago 2021


A finales de mayo o principios de junio, en cuanto vemos un atisbo de buen tiempo, dejamos la prudencia a un lado y nos ponemos la ropa de verano como si ya sufriéramos el más caluroso de los agostos. Quizás es que nos gusta mostrar el material de cara a posibles procesos de apareamiento o que tenemos alma de exhibicionista. O sufrimos algún proceso de autosugestión colectiva que nos mete en la cabeza a la mayoría que si estamos ya en estas fechas, entonces, sí o sí, ya hace calor. Algún antropólogo debería desasnarnos sobre este particular. También enchufamos los ventiladores o accionamos los aires acondicionados como si padeciéramos sofocos de elefante. Por otro lado, los más audaces (o locos), se zambullen en el agua helada de las piscinas que acaban de abrir sus puertas y, suponemos en los más de los casos, renovar sus aguas; por tanto, en las simas más profundas de esas piletas llenas de cloro aún no se conocen qué es el calor del Sol; y quizás no se conozca nunca. Poco les importa a estos bañistas de principio de temporada el recibir alguna señal visual disuasoria, cómo ver al socorrista con bufanda o a un operario quitando la escarcha mañanera de un trampolín. También es verdad que las publicidades que vemos en las marquesinas de los autobuses invitan e este destape descontrolado. Ejemplares perfectos de seres humanos, imposibles de encontrar en el mundo real, se muestran sin recato con la excusa de avisarnos de la nueva moda baño. Y así, por unas causas o por otras, aligeramos nuestro atuendo sin hacer caso a ese refrán que pone fecha al desenfreno veraniego; ya saben, el del cuarenta de mayo, el sayo y todo lo demás. Y claro, luego viene el que he cogido frío, el que me duele la garganta o la tripa y el que qué mal cuerpo tengo. No aprendemos. Y cuando vuelvan los fríos, a finales de septiembre, alargaremos el llamado Veranillo de San Miguel hasta que empezamos a tiritar y no nos quede más remedio que taparnos o morir congelados. Será que nos gusta vestir como nuestros ancestros del magdaleniense, con cuatro trapos. Qué le vamos a hacer. Siempre a la moda pero con poca paño. Y, por si fuera poco lo ya manifestado, encima tenemos que asumir que cuánta menos tela mayor será el precio de la prenda en cuestión... Que hay que fastidiarse, pero dejemos este misterio para otra nota de campo.


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