Parroquianos de bar
- Mario Garrido Espinosa
- 7 oct 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 1 may

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A eso de las once y pico he entrado en un bar de barrio a tomarme un café. Revisando la parroquia del local sólo he visto obreros y abueletes. Más de lo segundo que de lo primero. Algunos leían el periódico, cortesía de la casa, y otros charlaban con el dueño, acodado en su lado de la barra, en una esquina estratégica de la estancia, ojo avizor a los movimientos de todos los allí congregados. La tele estaba puesta a un volumen bajito que nadie podía escuchar; en realidad, el aparato era ignorado por todos, como si fuera otro anodino cliente más del establecimiento. Uno de los abuelos narraba las noticias del Marca a su contraria y está atendía interesada; o lo disimulaba con oficio.
—Acabo de darme cuenta de una cosa leyendo esto del Aniversario del Mundial de fútbol de Sudáfrica —comentaba el abuelo con gran satisfacción. Como el que descubre la penicilina o algo más importante, así, por casualidad—. Ya sabes, el que ganó España.
—El qué, a ver…
—Pues que justo dentro de nueve meses será el cumpleaños de Jorgito —dijo refiriéndose a uno de sus nietos—, o sea, que fue concebido justo cuando España consiguió la copa del mundo… No sé si me entiendes…
—Te entiendo, te entiendo, ¿y qué?
—Pues que tu hijo y su esposa celebraron por todo lo alto el triunfo de España.
El anciano pegó una buena carcajada.
—Pues vaya cosa —minusvaloró la mujer—. Mira tú, por ejemplo…
—Yo qué…
—Tú naciste en marzo del cuarenta.
—Pues sí.
—Así que tus padres también lo “celebraron por todo lo alto”.
—¿El qué?
—Pues el final del Guerra Civil, hombre…
El abuelete se paró un segundo a echar sus cálculos.
—Pues es verdad.
—Pues claro.
El hombre, pensativo, siguió hojeando el periódico.
—Pero bueno —dijo algo mosqueado—. ¿Desde cuándo sabes tú eso?
—Pues desde que me dijiste cuándo era tu cumpleaños; vamos, desde que te conozco, más o menos.
—¡Hay que joderse!
—Tú verás…
Pero volvamos al ambiente general de nuestro bar. A pesar de la acalorada conversación de la pareja de abuelos, el escenario era tranquilo, sosegado... incluso feliz. Entonces yo, como el anciano del Marca, también me di cuenta de un detalle: el único que tomaba café era un servidor. El resto trabajaba el botellín, la copa de cerveza o el copazo de orujo o pacharán. Sin hielo, por supuesto. Y es que nuestros mayores son gente dura y preparada. De otra pasta. Concebidos en tiempos de guerra y postguerra y no de victorias futboleras; y eso se nota.A eso de las once y pico he entrado en un bar de barrio a tomarme un café. Revisando la parroquia del local solo he visto obreros y abueletes. Más de lo segundo que de lo primero. Algunos leían el periódico, cortesía de la casa, y otros charlaban con el dueño, acodado en su lado de la barra, en una esquina estratégica de la estancia, ojo avizor a los movimientos de todos los allí congregados. La tele estaba puesta a un volumen bajito que nadie podía escuchar; en realidad, el aparato era ignorado por todos, como si fuera otro anodino cliente más del establecimiento. Uno de los abuelos narraba las noticias del Marca a su contraria y ésta atendía interesada; o lo disimulaba con oficio.
—Acabo de darme cuenta de una cosa leyendo esto del Aniversario del Mundial de fútbol de Sudáfrica —comentaba el abuelo con gran satisfacción. Como el que descubre la penicilina o algo más importante; así, por casualidad—. Ya sabes, el que ganó España.
—El qué, a ver…
—Pues que justo dentro de nueve meses será el cumpleaños de Jorgito —dijo refiriéndose a uno de sus nietos—, o sea, que fue concebido justo cuando España consiguió la copa del mundo… No sé si me entiendes…
—Te entiendo, te entiendo, ¿y qué?
—Pues que tu hijo y su esposa celebraron por todo lo alto el triunfo de España.
El anciano pegó una buena carcajada.
—Pues vaya cosa —minusvaloró la mujer—. Mira tú, por ejemplo…
—Yo qué…
—Tú naciste en marzo del cuarenta.
—Pues sí.
—Así que tus padres también lo “celebraron por todo lo alto”.
—¿El qué?
—Pues el final del Guerra Civil, hombre…
El abuelete se paró un segundo a echar sus cálculos.
—Pues es verdad.
—Pues claro.
El señor, pensativo, siguió hojeando el manoseado periódico deportivo.
—Pero bueno —dijo al fin, algo mosqueado—. ¿Desde cuándo sabes tú eso?
—Pues desde que me dijiste la fecha de tu cumpleaños; y tu año de nacimiento. Vamos, desde que te conozco, más o menos… Y tú ni te habías dado cuenta. A ver, a ti te sacan del fútbol y…
—¡Hay que joderse!
—Tú verás…
—¡Manolo, ponme otro! —interrumpió un señor de oronda panza, haciendo callar a todos los presentes.
—Juan, que ya es el tercero… —informó el camarero mientras empezaba a rellenar la copa de anís y coñac.
—Y qué culpa tengo yo de que esta copa pierda… Que siempre me pones la defectuosa.
Como vemos, la acalorada conversación sobre la importancia de los nacimientos se ha diluido con la intervención de otro parroquiano, así que olvidemos este asunto y volvamos a centrarnos en el ambiente general de nuestro bar. El escenario, si consideramos el moderado tono de voz que viene respetándose, en general, es tranquilo, sosegado, familiar... incluso feliz. Entonces un servidor, el observador de este ecosistema, al igual que el anciano del Marca, también me di cuenta de un curioso detalle: el único que tomaba café era yo. El resto trabajaba el botellín, la copa de cerveza o el copazo de orujo o pacharán; o el clásico “Sol y sombra”; por triplicado, como ya hemos visto. Todo sin hielo, por supuesto. Sin pestañear, sin carraspear, como el que bebe zumo de naranja de tetrabrik. Así que debemos colegir que nuestros mayores son gente dura y preparada. De otra pasta. Concebidos en tiempos de guerra y posguerra y no de victorias futboleras casuales; y eso se nota.
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