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  • Foto del escritorMario Garrido Espinosa

Reinventando el western. Undertaker, El devorador de oro y Como danzan los buitres

Actualizado: 1 jul 2020


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Cuando un autor plantea llevar a cabo una nueva historia de un género sobre el que ya se ha contado todo, que está trilladísimo y que, en general, en cine, cómic y literatura, ha dado algunas de las obras más sobresalientes de cada disciplina, tiene que ser muy hábil para captar el interés de los posibles clientes de su producto. “Undertaker” es una apuesta por el western, intentando modernizar este género. Darle otro aire sin resultar anacrónico. Para ello, esta serie, parte de la mejor base posible: “El teniente Blueberry” de Charlier y Giraud y “Bouncer” de Jodorowsky y Boucq. Hojeando el cómic, a simple vista, en el limpio dibujo de Ralph Meyer se pueden ver muchas referencias que recuerdan a estos dos “monstruos” del cómic del Oeste, sin que por ello el artista se despegue de su inconfundible estilo. Por ejemplo, Meyer, como ya nos tiene acostumbrados, de vez en cuando se explaya con alguna viñeta enorme (a veces casi la página entera), llenándola de detalles que hay que pararse a mirar, lo cual, sin duda, hace más atractivo el conjunto. Marca de la casa. Por tanto, a pesar de ser otro cómic del tipo western, con la parte gráfica tan bien cubierta, los autores (y el editor) se aseguran, al menos, el atraer la curiosidad (y el deseo) del buen aficionado. Pero, lógicamente, al citado “aficionado” (que, además, suele ser exigente; no sólo ansioso) no se le puede dar más de lo mismo. Y ahí es cuando entra el genial escritor Xavier Dorison, innovando con un guion respetuoso con el género, pero modernizado hacía los gustos actuales. Para ello utiliza la técnica de sacarnos de nuestro imaginario habitual, donde los protagonistas de la historia suelen ser alguno de los siguientes: el sheriff, el potentado de pueblo, el indio, el oficial del ejército, el caza recompensas, los cuatreros o los forajidos. Pues no. Aquí, en Undertaker, el protagonista, como su propio nombre indica (en la lengua de la Pérfida Albión, eso sí) es uno de los secundarios clásicos del género: el enterrador. Utilizar este truco no es algo nuevo. Ya lo hacía, por ejemplo, Alejandro Dumas. Para sus “Tres mosqueteros”, el protagonista, D’Artagnan, era un don nadie, carne de personaje secundario, casi sentenciado a morir en el mismo capítulo en el que asomara la espada… pero el novelista lo convirtió en el personaje principal de su folletín; y dejó los papeles secundarios para el Duque de Buckingham, El Rey Luis XIII de Francia, la Reina Ana de Austria, el Cardenal Richelieu y otros personajillos por el estilo, que como sabemos y se diría en la época, en realidad, son muy principales. Pues bien, en nuestro cómic, el protagonista es el obscuro y prescindible enterrador que, habitualmente, suele salir un rato antes de un tiroteo en un pueblo, buscando clientela, o justo después atareado en su trabajo; y poco más. O no sale y se le presupone. Vamos, lo nunca visto.

El cómic se regodea con su “apuesta” fúnebre, ahondando en los detalles de la macabra profesión (aunque necesaria, sobre todo en aquel momento de la historia de América) del protagonista y en la psicología de Jonas Crow, el sepulturero, que es el clásico enterrador que tenemos en nuestros arquetipos de los westerns, esto es, un hombre vestido de negro, corbata de lazo, chaleco, levita y sombrero de copa un poco arrugado; incluso le acompaña un buitre a modo de mascota. Exactamente igual que el enterrador de las películas de Sergio Leone o Clint Eastwood. O el que Morris creó para sus historias de Lucky Luke. Pero sólo se parece a sus predecesores en la vestimenta y el oficio, ya que su aspecto es mucho más joven y atractivo, a pesar de su desaliño y barba mal cuidada. En cuanto a su actitud es la de una especie de caradura, siempre echando mano del humor negro que, naturalmente, tanto le pega a su profesión («¡Espera! ¿Le das un jodido corte de T-Bone a un puto buitre?»; respuesta de nuestro enterrador: «No voy a darle una ensalada») e inventándose citas bíblicas para la ocasión («Dios dice: “Evitarás joder a un tío que te apunta con un calibre 44”»; «”Ni por todo el oro del mundo enviarás a tus críos a morir como idiotas cavando agujeros para ratas”, San Pablo a los Californianos, capítulo 4, versículo 2»). Como vemos, siempre tiene una respuesta ingeniosa para todo, lo que desconcierta o cabrea a sus interlocutores; y nos encanta a nosotros, a sus lectores. Así que, al final, nos termina por caer simpático, a pesar de que hay cierta oscuridad en su pasado como antiguo tirador de élite de la Unión y, de hecho, aparece acusado de un montón de asesinatos en uno de esos carteles con una recompensa de 25000 dólares y la palabra “Wanted”.

La historia parece mil veces contada: la fiebre del oro y las consecuencias cuando un grupo de miserables quieren hacerse con el botín. La diferencia es que el oro no está escondido en un carro blindado o la caja fuerte de un banco. Ahora el recipiente es la tripa de un difunto y, de ahí, el título del primer álbum: “El devorador de oro”. El finado va camino de su entierro en la mina de Red Chance, dentro de la diligencia de nuestro protagonista, mientras la noticia del contenido del muerto corre como la pólvora. Con este argumento la acción está servida, sobre todo si también metemos por medio a la caballería y los peligros de la especial orografía del camino.

En definitiva, un buen western que, además, puede dar muchas más buenas historias y, si no se tuerce, terminar convertido en un nuevo clásico del género. Tras estos dos álbumes ya hay tres más y el siguiente en preparación. Y es que nuestro enterrador preferido y su fiel buitre Jed, pueden dar mucho de sí.

Y en este punto se me ocurre pensar en cómo es posible que a estas alturas el cómic europeo no haya intentado hacer aquello que inventó hace mil años (año arriba o abajo) el cómic americano y que le ha dado buenísimos resultados de ventas: hacer crossovers, esto es, cruces de cómics. Ellos han mezclado a Batman y a Superman con un buen número de los otros justicieros de la DC y la Marvel, que creo que fue la primera que lo hizo, al inventario completo del catálogo de sus personajes, usando todas las combinaciones que las matemáticas permiten. Poco les ha importado si pertenecían a épocas históricas, planetas o dimensiones distintas (véase, por ejemplo, ese número que protagonizaban Conan y el Capitán América); incluso, a veces, se han mezclado las dos cabeceras editoriales, enemigas mortales a priori (las editoriales, no los superhéroes). El cómic europeo es (o parece) un poco más serio en este sentido. No creo que se atrevieran nunca (menos mal) a mezclar a Tintín con Astérix, pongamos por caso, más allá de algún homenaje en alguna viñeta, como por ejemplo la aparición de Hernández y Fernández en “Astérix en Bélgica”. Pero con mi idea no pretendo ser tan ambiciosos (o loco). Me refiero a sacar un álbum con una aventura donde aparecieran algunos de los máximos exponentes del western (que, por paradójico que parezca, todos pertenecen al cómic europeo): Jerry Spring, Buddy Longway, Jim Cutlass, Comanche, Bouncer, Durango, el sargento Mac Coy, Jonathan Cartland y, por supuesto, el teniente Blueberry. Incluso nos podíamos arriesgar a que, como aparición estelar, mostrara su flequillo el Lucky Luke de “El hombre que mató a Lucky Luke”. ¿Se imaginan? Pero no paren aquí. Atrévanse a hacer el mismo ejercicio de ensoñación con otros géneros: Un misterioso caso con tintes paranormales en el que han de unir fuerzas Ric Hochet, Lefranc, Blake y Mortimer, Bob Morane, Silas Corey y Gil Pupila; o una aventura por los paisajes exóticos de las islas del Pacífico donde se vieran involucrados Corto Maltés, Adler, Teodoro Poussin y John Rohner; y ya veríamos como hacer algo coherente mezclando a Súper López, Spirou y Fantasio, Mortadelo y Filemón, Natacha, Franka y Sir Tim O’Theo. Puestos a imaginar…

En fin, ahí lo dejo como idea para que la recoja quien la quiera. Suponiendo que los derechos de autor y los propios de cada editorial lo hagan posible, claro. Y el sentido común también.

Para terminar, volviendo a Undertaker, aquí os transcribo una de las frases que dirige a los mineros la gobernanta inglesa del difunto y enriquecido buscado de oro que se come todo su patrimonio antes de morir, dicho justo cuando estos piden justicia en una algarada frente a la mansión de su antiguo patrón: «Porque la cuestión no es saber que es justo, si no saber qué es real.»

Como se ve, no han cambiado muchos las cosas desde el salvaje Oeste.


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