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Mario Garrido Espinosa.

Libros de Viajes: ¡Catalanes en Egipto!


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Últimamente sólo se habla de una cosa. No hace falta que diga cual, ¿verdad? En fin, nada más lejos de mi intención que sembrar nuevas (o viejas) polémicas sobre este asunto, pero me ha venido a la cabeza cierto pasaje de “Los viajes del cambio de siglo. Egipto”. Quizás no todo es casualidad en esta vida… Andábamos en un viaje por la tierra de los faraones allá por el año 2004. Habíamos recorrido el Nilo desde el lago Nasser hasta Luxor y, abandonada nuestra lujosa motonave y tras un agotador viaje en autocar hasta Hurgada, hoy nos tocaba hacer snorkel por el Mar Rojo. Pues justo antes de empezar la excursión subacuática pasó lo siguiente: Poco hemos hablado del grupo de los catalanes en este relato. Resulta que una huelga en el aeropuerto de Barcelona dejó sus maletas en España. A estas alturas del viaje todavía no habían aparecido los equipajes y los pobres andaban con la ropa sucia, vestidos con chilabas compradas para la ocasión y, sobre todo, muy cabreados. Por ser compañeros en la adversidad o por ser catalanes —y esto último, de ser verdad, es muy triste— formaban una piña que no se mezclaba con los demás del grupo. Así como unos compartíamos veladas y aventuras con gente de León, de Vigo, de Alicante, de Madrid y de dónde fuera, ellos sólo al final del viaje se abrieron un poco. El idioma es importante para crear lazos y este grupo se empeñaba en hablar en catalán cuando estábamos todos juntos y así era imposible comunicarse. Incluso al guía, Abdul, le hablaban en su lengua, y cuando el guía no les entendía, con muy mala cara y como si les representara un esfuerzo imperdonable, le repetían la pregunta en castellano. Sepa el lector mosqueado que esto no es una generalidad de nuestros vecinos de Cataluña, simplemente nos tocó compartir viaje con unas personas que actuaban así, ya fuera por mala educación o por el enfado que llevaban encima; o por ambas cosas. Con lo cual, a estas alturas, había dos grandes grupos dentro del mismo autocar: los españoles y los catalanes; españoles todos al fin y al cabo, todos en tierra extraña... pero, lamentablemente separados.

Sea como fuere, al llegar al embarcadero el cabecilla del grupo de los catalanes exigió que se les entregaran bañadores, porque lógicamente no tenían. Era una sucia maniobra claramente preparada para hacer presión. Podían haber exigido esto mismo el día anterior o por la mañana antes de salir. El hotelazo donde pernoctábamos tenía una enorme zona de tiendas, por tanto conseguir unos bañadores habría sido inmediato y la factura ya veríamos quién la pagaba. Pero no, justo antes de ir a por las gafas de buceo pidieron los bañadores. Así que, siguiendo con el operativo que había planeado, uno de ellos se puso a gritar como un loco secundado por los demás. Pero lo hacían en catalán, así que los del grupo les medio entendíamos y los egipcios no les entendían nada. Un error de cálculo bastante pueril este de intentar protestar en un idioma desconocido en la tierra en la que estás y que seguramente nadie estudia como segunda lengua en el planeta. Cuando llamaban la atención de Abdul, este señalaba a Imhotep; e Imhotep se hacía el loco. Un abuelo (lo llamaremos “el Abuelo Silbiditos”, ya sabremos por qué más adelante) y señora (vete a saber qué hacían en una excursión de buceo por el Mar Rojo con la edad y facultades que parecían tener), que se unieron al grupo en Hurgada, decidieron secundar al contingente golpista. Quizás se lo habían pensado mejor y ahora preferían que se abortara la excursión y que les devolvieran el dinero. —Estamos con vosotros. Si no nos ponemos firmes estos nos comen…—decían gritando y cuando podían remachaban lo dicho con otras sandeces por el estilo. Entonces llegó el momento álgido del suceso: Imhotep, obviando a los catalanes, hizo una intentona de dejarlos abandonados allí ocupados con sus soflamas y llevarnos al resto hacia las barcas. —Ah no —dijo uno de los catalanes, esta vez utilizando la lengua de Cervantes—. Nosotros sin bañador no podemos ir, y si no vamos nosotros no va nadie… Y es que eso era lo que buscaban. El Abuelo Silbiditos secundó la propuesta y su señora mucho más, ya que (ahora estaba más que claro) ni por asomo les apetecía participar en aquella excursión.

—Pues yo sí que pienso ir —dijo Luisito contundente—. Me da igual lo que hagáis vosotros. Era lo que pensábamos todos, pero ninguno fuimos tan sinceros. Nos interesaba más buscar una solución intermedia. El caso es que el hombre al que contestó Luisito que, por cierto, ya había dado muestras en los días anteriores de ser especialmente estúpido (no vea el lector parcialidad en mis comentarios porque la otra parte sea mi hermano; he aquí el fragmento más objetivo de todo el relato), pero estúpido hasta decir basta, se enfrentó a Luisito de nuevo utilizando el catalán. Mi hermano, que a pesar del diminutivo con el que nos referimos a él, es un hombre con una complexión adecuada para hacerte mucho daño, dejó que hablara, estando, eso sí, alerta por si tenía que sacar la mano y el brazo a pasear; siendo esta extremidad la de un señor acostumbrado a dar de comer pesadas y voluminosas resmas de papel a una plegadora de una encuadernación; no sé si queda claro el potencial del que hablo. El inconsciente catalán terminó su perorata, sea lo que fuere que dijera, con la palabra “nen”. —¡Que no me llames “nen”! —le reprochó Luisito, que eso sí lo había entendido. Y como lo siguiente ya era llegar a las manos, cosa que parece que estaban buscando desde el principio, los presentes formamos el natural batiburrillo con la intención de que no hubiera pelea, separando a unos y a otros y que, a ser posible, reinara la cordura. A pesar de ello, siempre he pensado que al “nen” (que así es como empezamos a llamarle) le habría venido bien una buena hostia en la cara. Esto le habría quitado, quizás, tanta tontería e infantilismo. Yo lo digo pensando en su bien, entiéndame el sorprendido lector. Al final la gresca se disipó en segundos. Se adoptó una solución ya propuesta antes pero que los catalanes no quisieron escuchar: ir a la tienda de al lado a comprar unos bañadores, ya que recuerde el lector que aunque estuviéramos en Egipto, aquella zona, del lado de la carretera hacia el mar es como Salou, bonita localidad turística, por cierto, de Cataluña. Así de fácil. ¿Qué era lo que pretendía conseguir este grupo con esta acción? Cuando intento dar respuesta a esta pregunta no consigo dar con una explicación convincente. Sus maletas, lógicamente, aparecieron cuando aparecieron, ni una hora ni un día antes. Supongo que para saber todos los detalles habría que haberse puesto en su lugar.

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