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Mario Garrido Espinosa.

Cómics y tebeos: Los buenos veranos 2, la cala

Actualizado: 14 ene 2020


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He aquí un cómic cuyo único objetivo es intentar mostrar la felicidad. Desde la sencillez, pero de forma pertinaz. Me ha gustado mucho, tanto por su dibujo “luminoso” como por esa propuesta de búsqueda de la felicidad por parte de la familia protagonista, desde una cotidianidad abrumadora.

Estamos hablando de “Los buenos veranos 2. La cala” de Zidrou y Jordi Lafebre. También leí en su día el primer volumen de esta serie, “Rumbo al sur” y, aunque en esencia sigue la misma premisa, no me gustó tanto.

Lo recomiendo para todo aquel que quiera pasar una horita compartiendo felicidad con la familia protagonista… Y esto me recuerda algunos pasajes veraniegos de mis “Nostalgias pretéritas”, donde siendo un niño también saboreé eso “tan buscado” de lo que habla este cómic.

Veamos estos 3 ejemplos:

“Los veraneos de mi infancia se disfrutaban en la playa y duraban casi un mes. Los que mejor recuerdo fueron en Oropesa del Mar, un lugar de la costa de Castellón que, unos cuantos años después, se hizo célebre por ser la zona por donde se movía en vacaciones un presidente del gobierno con bigote. Entre Oropesa y Benicasim para ser exactos, pero seguro que, en la intimidad, andaba más por Oropesa que por el otro pueblo. En la actualidad, esta población costera se menciona muy a menudo porque albergar un complejo urbanístico tremebundo que comprende hoteles y balnearios de agua salada. Pero en aquel tiempo ni era frecuentado por tan distinguidos gobernantes ni se rompía el paisaje con resorts megalíticos. Sencillamente era un pueblecito que tenía un grao, un faro, roquero, algunos hoteles, apartamentos y campings, un pequeño club náutico y dos magníficas playas, una a cada lado de un cabo con el mismo nombre de la localidad.”

“El día que tocaba ir a la playa de Morro de Gos, a la vuelta siempre pasábamos por un asador de pollos de esos que muestran las piezas dando vueltas y cuyo aroma, a la hora de comer, tras una mañana de frenética actividad en la playa —otra frase de la época era la misteriosa «el agua da mucha hambre»— era una deleite pero también una tortura. Yo me paraba delante como si estuviera contemplando la Capilla Sixtina. La boca se me hacía agua y las tripas protestaban ante aquel concierto de sensaciones sin resolver.

—Mama, ¿hoy vamos a comer pollo a l'ast? —preguntaba esperanzado, utilizando la única palabra en valenciano que me sabía y me sé.“

“Pero en general el tiempo era apacible y templado por las noches. Antes de ir a dormir, se ocupaban las horas de diversas maneras: se jugaba a las cartas, o se iba a una bolera cercana, o se tomaba un helado o una horchata paseando por el paseo de la playa de la Concha, escuchando el sonido relajante de las olas, mientras observábamos hipnotizados el titilar de las luces de los hoteles y apartamentos reflejadas en el mar. Y si te fijabas bien, casi siempre se podía distinguir a lo lejos algún fogonazo de un barco en mitad de la negrura del mar y el cielo estrellado. La luz del faro recorría diligentemente el horizonte marítimo sin conseguir distinguir el verdadero motivo de esas luces. Una visión que a los ojos e imaginación de un niño resulta misteriosa y atractiva, ya que no tenían por qué ser emitidas por un barco, ¿verdad?”

Acabas de leer un fragmento del libro “Nostalgias Pretéritas”. Y recuerda que puedes leer el libro gratis con amazon kindle unlimited :)

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