Las sinergias de Marcio | Amazon en español | leer libros gratis | Curiosidades informáticas | informáticos humor | Desarrollo web | libros baratos amazon
—Alpanseque, ¿qué te pasa? Pareces cabreado.
—Nada, lo de siempre.
Sus cuatro vecinos de mesa le miraron esperando algo más de información. “Lo de siempre”, en el mundillo informático, daría para igualar en tamaño a todo lo que se ha escrito hasta la fecha en el género del terror; pero esta colección de relatos titulada “lo de siempre” daría mucho más miedo, porque las maldades descritas serían reales y con la capacidad de repetirse por siempre. El veterano se percató de que debía ser más preciso.
—Llevo dos días pensando una planificación para una migración que quieren hacer —relató mientras les servían los platos de paella humeantes—. He calculado que necesitamos cinco semanas. Ayer se lo dije a mi gerente con todo lujo de detalles porque por la tarde tenía una reunión con el cliente para comentarle estas cosas. Me ofrecí incluso voluntario para ir con él, pero no quiso. Hace un rato me ha dicho que se ha comprometido con el cliente a tener la migración terminada para la semana que viene.
—¡Qué cabrón! Entonces para qué pregunta.
—Pues no lo sé. Él iba a decir una semana de cualquier modo, pero… y si yo le hubiera dicho menos… Habría quedado hasta bien. Según me lo ha comentado le he soltado un «aunque trabajemos día y noche no va a dar tiempo. Vete preparando qué explicación le vas a dar al cliente la semana que viene cuando no esté el trabajo hecho. Espero que no me vuelvas a pedir que haga otra estimación. Total, te lo pasas por el forro de… Mira, mejor me voy a comer, no vaya a ser que diga algo de los que después me arrepienta».
—¡Bien dicho! —arengó Severo, que, a estas alturas, junto con Sabino, apreciaban tanto a Alpanseque como para subir luego con él a partirle la cara a su gerente, si el veterano se lo pedía. Estos dos eran así, de soluciones expeditivas.
—Nunca hay tiempo para hacer las cosas bien, pero siempre hay tiempo para hacerlas dos veces: una mal y otra bien —sentenció Marcio, recitando una de las grandes máximas por las que se rige este oficio.
—Efectivamente —secundó Alpanseque—. Lo que nosotros producimos es algo inexistente, mágico, que no pesa, que no se puede tocar y por eso el que no lo conoce lo menosprecia y, lamentablemente, en la parte de arriba y en la mayoría de los clientes hay un profundo desconocimiento; a veces interesado y consentido. Resulta muy cómodo vivir en la ignorancia en este caso. Yo me imagino una encuadernación, por ejemplo; si no se pone una cantidad de tiempo realista para hacer un trabajo y se hace mal, hay que tirar todo el papel, hay que imprimir en la imprenta otra vez y volver a cortar, plegar, coser, etc. Esto, más o menos, se lo imagina todo el mundo. —Nuestros consultores no estaban tan puestos como el veterano en el sector de las Artes Gráficas, pero comprendían perfectamente qué quería decir—. Pero con la informática, con el software, nunca se hace este análisis… Y así nos va.
—No aprendemos —se lamentó Marcio—. Debe ser nuestro carácter latino. Me cuesta pensar que en los países del primer mundo también prosperen “pájaros” como tu gerente.
—Yo, desde luego, no pienso quedarme ni un solo minuto más de mi jornada —aseguró Alpanseque—. Es que da igual. No da tiempo. Además, para lo que te lo agradecen luego…
—Como era eso que me contaste aquella vez sobre la planificación de un bebé… —remembró Marcio.
El veterano sonrió por primera vez en el día. Era una anécdota muy graciosa, aunque en realidad era más bien patética; además, el tiempo también la había mitificado un poco.
—Veréis. Hace años fui con mi jefe de entonces a explicar una estimación de tiempo para un desarrollo. El cliente era un gilipollas. Fijaos que yo nunca digo tacos. En esta ocasión no hay más remedio. El tío quería que lo tuviéramos en tres meses como mucho, en concreto, empezar el 1 de junio para tenerlo el 1 de septiembre. Vamos, que se quería ir tan ricamente de vacaciones y, cuando llegara de la playa, tener todo preparadito…Pero había trabajo para rellenar nueve meses. Os juro que yo intenté razonar con él con la mayor paciencia de la que soy capaz, pero no escuchaba. Se enrocaba en que se podría respetar sus fechas si se ponía más gente a trabajar y, en cuanto a las vacaciones, ya se irían después.
—El clásico de casi todos los veranos y navidades —dijo nuestro consultor.
—Sí, hasta aquí nada nuevo. Le expliqué que no se podía meter más gente, que los trabajos estaban solapados al máximo, que no era posible hacer más tareas en paralelo porque para empezar con determinadas implementaciones tenían que estar terminadas y probadas otras. Por supuesto, le saqué un diagrama de Gantt que no miró.
—Y ¿qué hacia tu jefe mientras tanto?
—Pues intentaba buscar una solución intermedia. Algo absurdo, puesto que ni el cliente ni yo íbamos a ceder. Entonces le dije que para tener algo en tres meses deberíamos quitar parte de la funcionalidad, que sería bueno saber qué era imprescindible para septiembre, de modo que podríamos hacer eso y el resto dejarlo para después.
—Muy razonable —convino Benito.
—No me escuchó. Tú Benito, aún eres joven y no tienes una idea clara del desconocimiento y desprecio que hay hacia nuestro trabajo. La mayor parte de la gente que está aquí tomando café se piensan que lo que hacemos los informáticos es básicamente “cortar y pegar”, cosas sencillas que se implementan en un rato y que, la mayor parte de las veces, esto más que un trabajo es un divertimento… Así que no verás nunca valorar tu trabajo en su justa medida. —Benito entristeció el rostro—. No te preocupes, al final te acostumbras, como a todo. Pero tendrás que aguantar toda tu vida cosas absurdas del tipo de que vas a la oficina a hacer cosas divertidas, que cobras un montón y vives muy bien. Y eso es un absurdo en cualquier trabajo en este país, pero en nuestro oficio, además, la gente no se lo cree.
Alpanseque pegó un buen sorbo de su vino con gaseosa y dejó que calaran sus últimas palabras en el becario. Él no se lo iba a aconsejar, pero aún estaba a tiempo de cambiar de oficio. Le miraba diciendo «a buen entendedor…».
—En fin, después de una hora de luchar contra una pared me enfadé tanto que le dije «mira, te lo voy a explicar con un ejemplo muy sencillo: imagínate que lo que me estás pidiendo es un bebé. Yo te presento la planificación y te digo que necesito un recurso hombre y un recurso mujer. Por el primero te voy a pasar unas pocas jornadas y los dos van a empezar trabajando en paralelo. Pero una vez llegado al hito de la consumación, entonces empezará a trabajar sólo el recurso mujer y lo hará durante nueve meses. Así que para el proyecto bebé necesitamos nueve meses y, por ejemplo, una o dos semanas al principio. Tú discutirías esta planificación… Pues es justo lo que estás haciendo».
—¡Qué bueno! —se sorprendió entre risas Severo.
—No podéis imaginar la cara que puso el cliente. Puro odio. Y mi jefe tragando saliva. Estaba pálido. Entonces le miré a los ojos y le dije: «Tú no puedes exigirme que quieres el bebé en tres meses y que ponga más gente a trabajar para conseguirlo. Que disponga, por ejemplo, de tres mujeres para terminar antes. A que no se te ocurriría decir tal cosa. Sería una estupidez, ¿verdad? Pues, perdóname, pero es justo lo que estás haciendo insistiendo en que te hagamos el desarrollo en tres meses. Insinuando que no queremos meter más gente a trabajar. No es físicamente posible. Quita funcionalidad y podemos hablar».
—Sí señor, con dos cojones —vitoreó Sabino.
—¡Qué huevos! Y tu jefe callado como una puta. —dijo Severo
—Mi jefe actuó bien al principio y luego en la línea habitual. El cliente estaba a punto de empezar a insultarme, pegarme o algo peor, así que mi jefe me dijo que, por favor, saliera de la sala que ya trataría él el tema. Eso, visto en perspectiva, fue acertado. Pero en cuanto me fui, mi jefe empezó a “tratar el tema”, básicamente, bajándose los pantalones, poniendo el culo en pompa y diciendo a todo que sí.
—Vamos, marca de la casa. Así que la cosa quedó en tres meses, ¿no?
—Correcto.
—Y ¿Cuánto se tardó en hacer? Los nueve meses, ¿no? —quiso saber Benito.
—Pues no, se tardó once, porque los primeros meses se hicieron las cosas deprisa y mal, se echaron horas para nada, hubo que tirar a la basura esa parte y volverla a hacer bien, y es que al final, no se puede gestar un bebé en tres meses, te pongas como te pongas. En fin “lo de siempre”.
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