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Mario Garrido Espinosa.

Novelas Contemporáneas: El 8-M en “Las Sinergias de Marcio”

Actualizado: 20 dic 2019


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—Qué pasa compañeros, tunantes —saludo Gerardo en la cola para pagar los cafés de la cafetería de <organismo del estado>.

—Bueno, supongo que sabéis el día que es hoy, ¿no? —preguntó Aitor.

—Como para no saberlo… —se lamentó Gerardo cuando se sentaron en una mesa—. Ocho de marzo, “Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras”. Madre mía, en mi equipo no han parado de decirlo a los cuatro vientos todas las féminas… Como si fuera un mantra. Eso las que han venido, porque parece que unas cuantas han hecho huelga.

—Eso o se les han pegado las sábanas y aún no han llegado —apuntó Aitor.

—Puede ser… o que han decidido teletrabajar. Vete a saber… Pero vamos, que me lo han recordado desde primera hora como si yo tuviera la culpa de algo. Y eso que lo primero que he hecho es felicitarlas por ser su día.

—Es que vas provocando.

Los cuatro sonrieron la ocurrencia. Ojos femeninos de los alrededores echaron una mirada disimulada a nuestros tertulianos. No era de aprobación.

—Y ¿cuándo es el día del hombre trabajador? —preguntó al viento Marcio, en un intento rancio de generar polémica.

—Eso no hay huevos a decirlo luego delante de las compañeras —retó Victoriano.

—Por supuesto que no hay huevos. No estoy loco —reconoció nuestro héroe—. Pero te advierto que yo he tenido alguna compañera que se quejaba amargamente de la emancipación de la mujer y todo eso; decía que ese era el mayor engaño que les habían “colado” a las mujeres en la historia…

Las oficinistas de la mesa de al lado volvieron a mirar de reojo a nuestros consultores. Esta vez sin disimular.

—Claro —concedió Aitor—, porque ahora no sólo sufren las miserias de un trabajo fuera de casa; además tienen luego que seguir con las tareas del hogar… que son otra “miseria”. Y os lo digo yo que sé de las dos cosas.

—Eso de que sabes de las dos cosas, sobre todo de la segunda, habría que preguntárselo a tu santa esposa —dudó Marcio—. Que no te veo yo a ti cocinando.

—Alta cocina no, pero unos macarrones con tomate sí que te hago.

—Ya decía yo.

—A ver, que tampoco es para tanto —recondujo Victoriano ecuánime—. Yo vivo solo, así que por un lado trabajo aquí, y luego me limpio y me barro y me plancho y no me quejo tanto.

—Ya, pero tú, como hombre que eres, ejerces como tal —dictaminó Gerardo, cual si fuera un sesudo y misterioso antropólogo.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que tienes un concepto distinto de la limpieza y de la prioridad que tiene en tu vida las tareas del hogar. Por no hablar del nivel que seguramente te exiges respecto del “control de calidad” de estas disciplinas.

—¿Qué control de calidad? —preguntó el aludido sin entender nada.

—Pues eso. Que no tienes “control de calidad” y eres tan feliz —argumentó implacable Gerardo—. Mira, para la generalidad de las mujeres el tener la casa en perfecto estado de revista es algo crucial, primordial e imperdonable y para ti es algo secundario. ¿Me equivoco? Tú, supongo, vives en una burbuja de dicha absoluta a pesar de convivir con cierto desorden y, a veces, espero, un nivel de higiene parecido al de un cuartel en campaña bélica —continuó con los símiles militares como si se tratara de una guerra de sexos—; sin embargo, ellas, por muy cansadas que les deje el trabajo, por muy poco tiempo libre que tengan, no perdonaran limpiar los baños cada dos por tres. Es superior a sus fuerzas. Y, ojo, esto no es una crítica para ninguna de las dos partes; sólo constato un hecho: básicamente que somos distintos. Y que conste que no sé cuál es la actitud correcta de las dos; aunque sospecho, como todo en la vida, que el término medio debe de ser el adecuado; tirando, en este caso, un pelín más hacía el lado de ellas que al nuestro.

A pesar del último comentario conciliador, ya eran tres las mesas cargadas de mujeres que echaban miradas furtivas a Marcio y sus compañeros. Las caras no eran de simpatía y aprobación. Además, habían silenciado sus conversaciones por completo para poder oír mejor. Y se miraban las unas a las otras con gestos de hostilidad, de ofensa. A pesar de que el ambiente se estaba cargando, de momento, nuestros tertulianos no se sentían observados —ni escuchados—, y siguieron con sus comentarios cargados de tópicos y apreciaciones políticamente incorrectas.

—A más de una he escuchado yo decir que sería tan feliz dedicada sólo a las tareas del hogar, si el sueldo de su marido se lo permitiera —terció Aitor—. Mi esposa mismamente lo ha dicho más de una vez, no sé si con la boca pequeña, pero…

—Además, siempre están quejándose de que el número de directivos de las empresas hombres es muy superior que el de mujeres —reivindicó Gerardo—. Y seguramente es verdad. Pero ocurre lo mismo, en sentido contrario y con una diferencia muchísimo mayor, con el gremio de los camioneros o el de los obreros de la construcción, por ejemplo… Aquí hay más hombres que mujeres y sobre la desigualdad de sexos en estos oficios nunca dicen nada…

Dos de las mujeres de la mesa de al lado se levantaron y se fueron indignadas. Una de ellas estuvo a punto de decir algo a los cuatro conversadores, pero al final se lo pensó mejor y entendió que no valía la pena. Se conformó con registrar sus caras en la memoria por si se los volvía a encontrar.

—Bueno, retomando el tema —enderezó la conversación Marcio, antes de que aquello derivara en una sucesión de comentarios machistas de orden tabernario—, no entiendo lo de celebrar este día. Os lo digo como lo siento.

—Eso es porque te faltan datos.

—No lo creo —negó Marcio convencido—. Pienso que, afortunadamente, ya hay poco que reivindicar en este aspecto. Y me explico: Hombres y mujeres tenemos los mismos derechos laborales actualmente, esto es, pocos o ninguno, y llegaremos más pronto que tarde a estar perfectamente alineados en la nada, con independencia del sexo. Hablo al menos de nuestro sector, donde somos tratados como ya sabéis, con independencia del género de cada cual… Pero mientras sigamos disgregados, cada sexo por su lado, unas pidiendo ser iguales a los otros, suponiendo que no lo sean ya; y los otros tan a gusto instalados en una situación preferente decimonónica que tal vez ya no exista o esté a punto de desaparecer… Mientras nos creamos que este conflicto sigue existiendo y sigamos divididos, continuaremos perdiendo los derechos de todos, los que realmente importan. No habéis pensado a quién realmente interesa que siga existiendo todo esto del feminismo en el trabajo, el día de la mujer trabajadora, etc. Mientras sigamos “pegándonos” con estos temas, los distintos gobiernos seguirán colándonos reformas laborales que poco a poco nos están conduciendo hacía unas condiciones laborales propias del tiempo de los romanos. O quizás de antes. —Hizo una pausa dramática. La cafetería quedó casi en silencio, salvo por la máquina de café y algún tintineo de una cucharilla contra una taza—. Yo, al menos, así lo creo.

Esta última reflexión de nuestro consultor, dicha con tanta vehemencia, igual que si fuera un trasunto del Oráculo de Delfos o un Nostradamus de la era digital, silenció los pensamientos encontrados del respetable. A unos les dejó pensativos mientras untaban sus tostadas con mantequilla y, a las otras de las mesas de al lado, perplejas y desconcertadas; sin saber qué decir, olvidando en parte su trasnochado y, tal vez, teledirigido enfado.

Sea como fuere, terminado el tentempié, los cuatro compañeros consiguieron salir de la cafetería sin que las mujeres allí presentes los fulminaran con odiosas miradas. Aunque un «de dónde habrán salido estos trogloditas» sí que se escapó desde algún rincón del local.

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