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  • Foto del escritorMario Garrido Espinosa

Colonialismo y exotismo. Blake y Mortimer, El Valle de los Inmortales

Actualizado: 1 jul 2020


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Nos enfrentamos al díptico “El valle de los Inmortales” de los flemáticos (y, parece que incombustibles también) Blake y Mortimer. Los títulos de cada una de las dos partes son “Amenaza en Hong Kong” y “El milésimo brazo del Mekong”, que parecen hechos a posta para que rimen en consonante. Y los autores son Yves Senté al guion (que da la sensación de que se quiere adueñar de la serie, más allá de su genial creador, el discípulo de Hergé, Edgar P. Jacobs) y Teun Berserik y Peter Van Dongen a los lápices. A pesar de algún fallo de estilo en cuanto a este último apartado (hay muchas viñetas que no me han resultado del todo redondas, sobre todo cuando se representa a los personajes en movimiento, o de espaldas, dibujando unos raros pliegues en sus trajes que no parecen naturales), lo cierto es que pasadas las primeras páginas sientes que te estás sumergiendo en un género ya olvidado: el de aquellas aventuras clásicas que veíamos de pequeños por la tele y que, sin entender demasiado el argumento, nos fascinaban por lo exótico de sus imágenes, llenas de paisajes asiáticos que hacían volar nuestra imaginación, con su colorido, magia y vistas tan distintas a las de nuestro entorno. Me refiero, por ejemplo, a películas como “55 días en Pekín” (1963) o “El hombre que pudo reinar” (1975). O, si nos vamos al cómic, a las recordadas viñetas de “El loto azul” de Tintín, título al que, por cierto, se referencia en este díptico con frecuencia, resultando muy evidentes estos “homenajes” para el ojo experto (o no tan experto). Además, siguiendo con el mundo imaginado por el genial Hergé, en cierta taberna del puerto podemos encontrar al capitán Haddock acodado en una mesa, si nos molestamos en inventariar a los parroquianos que la pueblan. Por tanto, en el cómic se ha hecho un gran esfuerzo por crear esta atmosfera “tintinesca” y de relato clásico de aventuras por el Oriente de principios del siglo XX. Este aire exótico es máximo en la “visita facultativa” de varias páginas que nos brinda Mortimer por las luminosas ilustraciones que recrean el Hong Kong de los años cuarenta, con sus juncos por el río, sus gentes enfundadas en sus coloridos trajes orientales y sus bonitos edificios coloniales. Una delicia casi inmersiva en un tiempo y un lugar que ya ha desaparecido, cegado por la tecnología, las luces gigantescas de los carteles publicitarios y los kilométricos rascacielos.

También el guion está muy cuidado, intentando no olvidarse de ninguno de los elementos obligatorios que caracterizan a esta pareja de aventureros: espionaje, persecuciones, las maldades del sempiterno Olrik, hechos bélicos de renombre, misterios y ciencia ficción; y la flema británica que les hace ser impecables y correctos ante cualquier situación, incluido el atravesar una selva vestidos con camisa, americana y pantalón de vestir. Como mucho gritarán un “By Jove!”; quizás con más de un símbolo de exclamación, y gracias. Y pasarán a la acción sin mayores lamentaciones. Puro Blake y Mortimer del de toda la vida.

El guionista, Yves Sente, retomando los clásicos, como suele, se apoya otra vez en “El Secreto del Espadón”, la primera aventura de la pareja, para iniciar el argumento de esta historia y darle continuidad… pero, poco a poco, deja la fantasía para sumergirnos en el ambiente prebélico vivido en la zona de Indochina durante los inicios de la Guerra Civil entre los comunistas de Mao Zedong y los nacionalistas de Chiang Kai-Shek. Por supuesto, ante este panorama, para evitar la destrucción de las obras de arte del Museo Imperial, se procede a su traslado desde Nankin a Taiwan. En el ínterin (como se diría usando el lenguaje de la época), por casualidad, se hace un sorprendente descubrimiento: un pergamino datado en los tiempos del primer emperador de China. Se corre la voz y distintas facciones, incluido algún malvado Señor de la Guerra local, quieren hacerse con tan importante resto arqueológico, ya que se piensa que éste puede convertir a su dueño en el hombre más poderoso de Asia. En este contexto, Mortimer, inventor del Espadón y conocido aventurero, ha diseñado una de sus armas definitivas a mayor gloria del Imperio Británico y se anda construyendo en secreto en la colonia. Y cuando creíamos que tocábamos terreno real (más o menos) de forma definitiva, el guion vuelve a dar un nuevo giro y nos sumerge en lo fantástico, con un delicioso y legendario pasaje por las selvas que rodean el cauce del río Mekong, en busca de “El valle de los inmortales” que da título a la obra. Y es que, según se cuenta en el pergamino, este valle existe y el emperador Qin shi Huang, doscientos años antes de Cristo, pretendió llegar hasta él para tomar una de sus famosas perlas de la vida eterna y hacerse inmortal. Pero el viaje, ni antes ni ahora, es cosa fácil. Para ello «hay que remontar el curso del milésimo brazo del Mekong hasta llegar a su nacimiento. Luego hay que seguir las caras de mono, cruzar el bosque de piedra, el territorio de los dioses blancos de ojos negros y llegar a la cueva de las entrañas del cielo, a los pies de la montaña roja.» Parece una misión, por lo menos, para Indiana Jones. Personaje, por cierto, cuyas andanzas, más o menos, coinciden en fechas.

Pero con independencia de lo intrincado del argumento que acabo de intentar resumir, procurando causar curiosidad en el posible lector y no destripar nada, lo que más se disfruta de estas más de cien páginas es la ambientación que, como ya dije, nos traslada a esas aventuras clásicas de toda la vida en la Indochina colonial. Además, hay una parte especialmente bella en el relato que casi es lo que más me ha gustado. Es la referida a la historia antigua de China (aquella que cuenta el pergamino de la Dinastía Qin encontrado por casualidad dentro de unas estatuillas de barro cocido que forman parte del tesoro imperial), donde se nos narra la historia casi legendaria del primer emperador, Qin shi Huang, y el invento que acoplado a la ballesta (proporcionado por el no menos legendario Gong Shou) le hizo invencible en las Guerras de los Siete Reinos, allá por el doscientos veintitantos antes de Cristo. Estas viñetas están muy cuidadas, transportándote a la época en que se construyó la Gran Muralla y el citado emperador, emulando a los faraones, hizo construir un inmenso mausoleo secreto donde enterrarse junto a miles de estatuas de guerreros con sus armaduras, armas y caballos. Es un detalle delicioso como el profesor Mortimer no da demasiado crédito a estas historias de dragones, inmortales y mausoleos legendarios donde el sarcófago del emperador se le supone rodeado de ríos de mercurio y miles de guerreros armados. «Veo que China, como cualquier civilización, no se libra de tener leyendas disparatadas…», dice el profesor, haciendo gala de la prepotencia e incredulidad propia de un perfecto británico. Por supuesto, en la época que refleja el cómic, el ejército de 8000 guerreros de terracota que custodiaban los restos del primer emperador de China, no habían sido aún descubiertos; habrían de pasar más de treinta años para sacar a la luz (nunca mejor dicho) este fabuloso yacimiento arqueológico en las cercanías de Siam. Sea como fuere, estos capítulos sobre la historia legendaria de la antigua China están minuciosamente recreados, casi como si tomaran vida esos delicados dibujos antiguos que recordamos todos haber visto reflejados sobre papel de arroz o en las decoraciones de los paneles móviles de las casas orientales. Una delicia para los que gustamos de la historia, la mitología y lo antiguo. Y lo bello.

Resumiendo, los dos libros son una mezcla de exotismo, historia, leyendas e intrigas muy disfrutables que, unido a la profusión de viñetas llenas de texto (marca de estilo de estos cómics), hacen que la lectura de este díptico sea un agradable y duradero entretenimiento. Muy recomendable.

Para terminar, dejémonos de exotismos y hagamos notar una realidad que, al parecer, es también milenaria y no pasa nunca de moda. Nos la cuenta el eminente profesor Mortimer: «¡Bien! Parece que los antepasados de nuestros políticos ya estaban bastante puestos en materia de traición.»

Les suena el tema, ¿verdad? Y esto, me temo, no es mitología ni leyenda.


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