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El cómic, como sus hermanos el cine y la literatura, es capaz de abarcar cualquier género. Así, aparte de los consabidos superhéroes, los personajes clásicos de la BD y el manga, además, podemos encontramos con cualquier cosa. Es verdad que, en general, el cómic europeo es más propenso a adaptar todo tipo de historia a su medio. Seguramente es una cuestión de gustos. En Norteamérica y Japón no gustan, a priori, de las mismas historias que nosotros, lo que no quiere decir tampoco que un cómic bien diseñado y comercializado no pueda triunfar en cualquier parte del planeta, con independencia de su temática y lugar de origen. Pero estoy seguro, sin tener los números para poder demostrarlo, que la nueva entrega de Supermán (en grapa, para ser puristas) tendrá más éxito de ventas en Carolina del Norte que en Soria y, por el contrario, un nuevo álbum de Astérix venderá más en la bella provincia castellana mencionada que en el sureño estado del ejemplo. Puede incluso que ambos ejemplares no viajen nunca a los dos lugares, pero a uno de ellos seguro que sí.
Sin querer ahondar demasiado en la especulación sugerida en el párrafo anterior, lo cierto es que el género que se ocupa de contarnos pequeñas historias (o grandes) centradas en la vida cotidiana, parece más apropiado bajo el paraguas siempre versátil del cómic francobelga, por ejemplo, que dentro de aquel que trata sobre el desarrollo y ejecución de las maldades de los súper villanos o de las hazañas de los samuráis o sus descendientes de siglos después, dicho esto sin pretender ofender y, lo admito, esquematizando mucho; no se ofendan los amantes de las sagas superheróicas o del manga por este ejercicio de análisis quizás un poco injusto. Aunque insisto: el motivo de situar este género en los pinceles del viejo continente es, probablemente, una simple cuestión de preferencias, esto es, de salida comercial, que, siendo pragmáticos, es lo único que les interesa a las editoriales, ya que, al fin y al cabo, son negocios como cualquier otro.
En este sentido, se han publicado algunos buenos libros de cómic europeo centrados en esta temática, como “Helena” o “Un libro olvidado sobre un banco”, ambos guionizados por Jim, que parece ser un especialista en narrar historias humanas, con los pies en la tierra, cotidianas (al menos en la fachada), muy reales en cualquier caso y, a veces, hasta bonitas y tiernas; de las que te pueden hacer llorar si tienes esa sensibilidad o te pilla bajo de defensas. Pues todo esto, resumiendo mucho, es el negociado que sustenta “Un nuevo comienzo”, el álbum firmado por Gwénola Morizur y Marie Duvoisin. Un cómic con una narración y dibujo impecables (que, curiosamente, recuerda algo al estilo del manga) y que se lee del tirón, dado que la historia que cuenta es sencilla pero emotiva e, inevitablemente, provoca que te encariñes con sus personajes y quieras saber cómo acaba todo… esperanzado en que, naturalmente, todo termine bien y cierres el libro con una enorme sonrisa. No parece una empresa fácil, pero estas historias, cuando se narran bien, siempre lo consiguen. Me refiero a emocionar; o hacer que te sientas feliz durante un rato… Que no es poco. Me vienen a la cabeza dos clásicos del cine con esta misma pretensión hacia su público objetivo: “Amelie” (2001) y “Chocolat” (2000). Recuerdo llegar en ambos casos a los títulos de crédito con una sonrisa bobalicona en el rostro. Y sintiéndome muy bien. Esta es la magia que pretende despertar (otra cosa es que lo consiga; esto dependerá de cada cual) este cómic.
La narración de “Un nuevo comienzo” habla de casualidades, de buenas decisiones que se toman sin pensar y de encuentros con desconocidos que son para bien. Así, por una serie de circunstancias, cuatro desconocidos de distintas generaciones (una mujer, un joven, un niño y un anciano) cruzan sus vidas en un momento donde todos pasan por un episodio de horas bajas, donde se sienten desubicados y tristes, con pocas o ninguna esperanza en el futuro. Finalmente, toman confianza entre ellos y terminan por apreciarse y ayudarse igual que haría una familia o grupo de amigos bien avenido. Apoyándose unos en los otros, pasan de un estado de tristeza o preocupación a otro de alegría y esperanza. De cierta felicidad. Y el lector, si se sabe implicar con la historia, se alegra por ellos, sin que el hecho de que sean personajes imaginarios importe demasiado.
Quizás chirríe un poco la insistencia en la lectura por parte del niño de “La vuelta al mundo en 80 días” de Julio Verne. No tanto porque sea raro que un niño actual lea algo (sea una novela, un cómic, una revista o las instrucciones de un video juego), lejos de pasarse el día encorvado sobre la pantalla de un móvil o una tableta. Seguramente hay un porcentaje pequeño de infantes que les gusta leer; o, al menos, quiero pensar que es posible, aunque confieso que no conozco ninguno. Lo que no veo tan claro es que los otros tres protagonistas estén tan familiarizados con la novela de Verne como para saberse la historia y los nombres de los dos protagonistas. Como si la hubieran leído hace poco o la tuvieran memorizada. Pero en fin, quizás es una forma de encaminar otra escena poco creíble en los tiempos que corren: Los cuatro se sientan para pasar una velada consistente en la lectura en voz alta de algún capítulo del citado libro. Supongo que se trata de una pequeña licencia para afianzar el tono de serenidad, de sencillez, de paz y tranquilidad que, poco a poco, va llenando los corazones de los cuatro protagonistas. En ese sentido, el cómic se desarrolla lejos del bullicio de las ciudades, de las autopistas, de los aeropuertos (que protagonizan las primeras páginas)… para adentrarse en el entorno rural donde se ubica la granja del anciano que, con su generosidad y buenos consejos, termina por convertirse en abuelo y padre de los otros tres pilares de esta historia sencilla y bonita, que sólo (nada menos) pretende emocionar.
Finalicemos con una de los pensamientos de Lily, la joven y bella protagonista, que resume en parte la idea inicial de la historia: «Parecíamos tres náufragos de la vida, surgidos de quién sabe dónde. Pero esta vez no podríamos haber llegado a un sitio mejor.»
A veces, la vida te regala cosas inesperadas. Casualidades inexplicables que arreglan algún aspecto de tu existencia. Cosas que te dan qué pensar… como los cómics.
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