—Dígame.
Al otro lado de la línea no contesta nadie.
—Dígame —insistí.
Otros cinco segundos de silencio. De pronto, se escucha un “click” y alguien empieza a hablar.
—Buenos días. Mi nombre es Kevin. Hablo con don Mario Garrido.
—Sí, soy yo.
—Le llamo de la Oficina de la Energía. Somos una empresa que trabajamos en exclusiva para Iberdrola…
—Ah, pues lo siento mucho porque yo no soy nada “exclusivo”.
Ante esta desconcertante respuesta, Kevin se queda en silencio unos instantes. Al final, reacciona:
—Bueno, verá, hemos detectado que la oferta que tiene con su distribuidora ha caducado y le llamamos para ofrecerle una nueva oferta más ventajosa.
—Ah, pues no sabía que disfrutara de ninguna oferta, pero en fin, si lo dice la Agencia de la Energía para la Ley y el Orden…
Kevin vuelve a quedarse perplejo unos segundos.
—Eh… No, señor. Le llamamos de la Oficina de la Energía.
—Bueno, es igual, es que como llamáis tantas veces con esta milonga y, cada vez, os inventáis un nombre distinto, pues me lio, ¿sabes?
De pronto, la comunicación se corta… Como si hubiera un tercer escuchante, pendiente de la conversación.
***
—Dígame.
Espero los acostumbrados cinco segundos y el “click”.
—Buenos tardes. Mi nombre es Giselle. Hablo con don Mario Garrido.
—El mismo que viste y calza.
Giselle tarda unos segundos en volver a hablar; como si la expresión que acaba de escuchar no perteneciera a su cultura y país de origen y no supiera a qué atenerse
—Le llamamos del Organismo de la Luz y la Energía —dice al fin—. Hemos detectado que la oferta que tiene con su distribuidora de energía ha caducado y le queríamos indicar las ofertas a las que podría adherirse en la actualidad.
—Pues que suerte más grande tengo. Si ya lo decía mi abuela: «Este niño ha nacido con una flor en el culo.»
—Eh… Sí, verá… —responde Giselle, intentando que el desconcertante discurso de su interlocutor no la distraiga—. ¿Con qué compañía tiene contratada la luz?
—Hombre, no me digas que siendo como sois el prestigioso “Organismo para la luz, la rectitud y las buenas tradiciones”, no tenéis ese dato. Me dices que se me ha terminado una oferta pero no sabes con quién tengo esa oferta…
Giselle se toma unos segundos de silencio para digerir el repentino endurecimiento en el tono de su interlocutor.
—Claro que lo sabemos —miente—. Lo busco y se lo confirmo.
—Muy bien, confirmemos entonces…
—Su distribuidora es Iberdrola.
—Pues no.
—Sí, sí… Su distribuidora es Iberdrola.
—Ya te digo yo que no.
El tercer escuchante está a punto de dar por finalizada la conversación, pero le da una última oportunidad a Giselle.
—A ver, una cosa es quién le distribuye la luz y otra quién se la comercializa.
—Anda… —respondo, volviendo a usar un tono de ingenuidad.
—Y la luz se la distribuye Iberdrola.
—Entonces, ¿a quién pago yo? Porque en mi factura pone otra compañía…
—Claro, la compañía comercializadora…
—¡Vaya lio! Y, ¿quién me ha quitado la oferta esa tan buena que tenía? ¿Los de Iberdrola? ¡Serán canallas! Claro, como no les pago a ellos se han vengado…
La comunicación se corta de improviso.
***
—Dígame.
Espero los consabidos cinco segundos y el “click”.
—Buenos noches. Mi nombre es Gael. Hablo con don Mario Garrido.
—Servidor.
—Le llamamos del Instituto Nacional de la Electricidad. Hemos recibido un aviso de que la oferta que tiene con su compañía actual de energía ha finalizado hace unos meses y le llamamos para que pueda beneficiarse de las ofertas que hay actualmente.
—Pues que bien que la Agencia Electrónica esa que dice usted se acordara de mí.
—Eh… No… Le llamo del Instituto Nacional de la Electricidad. Verá, usted está pagando en la actualidad el kilovatio a 0,14567 euros. Ese es un precio muy alto para el baremo actual.
—Menos mal que me has llamado Kal-El… Porque yo andaba ignorante de todo esto.
—Eh… Mi nombre es Gael.
—Ah, perdona… Te he confundido con Súperman. Me pasa con todos los “Gaeles“ que conozco…
El tercer escuchante posiciona suavemente su dedo sobre el botón de cortar la comunicación.
—Verá —intenta reconducir Gael—, le decía que paga el kilovatio a 0,14567 euros. La oferta a la que podría optar le dejaría el kilovatio en 0,12865 euros. Es un ahorro importante.
—Ya lo creo —confirmo con tono interesado.
—¿Puede mirar, por favor, la última factura que ha pagado? Así podemos ver cuánto se podía haber ahorrado con el precio que yo le ofrezco.
«Justo ahí es donde quería que llegaras», pienso malicioso.
—Sí, enseguida la busco —respondo—. No cuelgues.
—Ok. Espero…
Dejo el teléfono en la mesa y me voy a la cocina a servirme un café.
—“Joel” —vuelvo a bautizar a mi interlocutor. Han pasado cinco minutos—. Perdona pero no encuentro ninguna factura. Claro, como ahora no las mandan en papel; pero las tengo en el ordenador. Lo enciendo en un segundo. No cuelgues…
—Sí, tranquilo —responde Gael.
Vuelvo a dejar el teléfono sobre la mesa y me largo de la habitación. A los cinco minutos vuelvo a contactar.
—Perdona hijo, pero es que mi ordenador está hecho un cascajo y tarda un montón en arrancar… Pero ya casi está. Un segundo.
—Ok. No se preocupe…
Ahí se queda el teléfono abandonado otra vez…
Siete minutos después el tercer escuchante interrumpe la comunicación.
***
—Dígame.
Espero los tradicionales cinco segundos y el “click”.
—Buenos tardes. Mi nombre es Nelson. Hablo con don Mario Garrido.
—Sí señor.
—Encantado de hablar con usted. Le llamo de la Corporación Energética. Nos ha saltado una alarma respecto de su recibo de la luz. Está usted pagando bastante más por el kilovatio de lo que es su precio en la actualidad.
—¡Qué me dice, mi almirante! —exclamo.
Nelson, con oficio, obvia la gracia que acabo de decir. Quizás no soy el primero que se lo dice.
—Sí, verá, usted paga más porque se le canceló una oferta de la que disfrutaba.
—¡Ay madre! Y yo sin enterarme…
—Bueno, no se preocupe —contesta Nelson con la misma flema que tuviera su tocayo inglés—. Le vamos a ofrecer una oferta para que usted pague lo mínimo posible por el kilovatio.
—Qué bien, pues mira, favor por favor: Yo soy escritor y tengo ahora mismo uno de mis libros de oferta. ¡Está rebajado cinco euros! Entra en Amazon y busca por mi nombre. Es el primero que sale, el que tiene en la portada un barco. Aprovecha y cómpralo…
El tercer escuchante interrumpe la comunicación. No se puede percibir pero creo que lo hace un poco harto; o, directamente, muy cabreado.
***
Y pasaron los días y, por alguna razón, la Agencia para la Luz, la Energía y el Medio Ambiente (o cualquiera de sus hermanas) no vuelve a contactar conmigo. Y mira que lo siento, porque les había cogido cariño y, además, hacían que mi mente e ingenio se mantuvieran activos y en forma, cosa muy importante para alguien que se dedica a esto de escribir. Lástima.
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