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Igual que ocurrió en el cine con “Gladiator” (2000), que volvió a poner el género llamado péplum de moda, algo así pasó con la publicación de algunas magníficas series “de romanos” en el cómic de hace algunos años. Me refiero a Murena (2003) de Dufaux y Delaby y “Las águilas de Roma” (2008) del genial Marini. Aunque hay más ejemplos. El caso es que siguiendo esta inercia, Jacques Martin, Valérie Mangin y Thierry Démarez decidieron en 2012 reinventar uno de los cómics míticos de la historia de la “línea clara”, esto es, de la historia del cómic en general: Alix. Como sabemos, este galo-romano fue creado por Jacques Martin, el discípulo de Hergé, en el año 1948. Caído en gracia el personaje, se han ido publicando títulos con razonable regularidad en las décadas siguientes, con Martin o sin él, hasta prácticamente nuestros días. Por tanto, este “Alix Senator” es una nueva apuesta, paralela a la serie original, que como vemos, no está muerta del todo.
La acción se sitúa en la Roma del año 12 antes de Cristo. La época justo después de Julio César, Marco Antonio, Pompeyo, Craso, Cleopatra y todos esos personajes reales pero que en nuestro imaginario son casi pertenecientes a una mitología. Alix Garccus es ya un cincuentón interesante, con su villa en el corazón de la ciudad y su lectica para desplazarse cómodamente por la ciudad. A pesar de sus años y fatigas, todavía está en forma para resolver entuertos como solía de joven. Aunque ahora es senador, viste la toga con elegancia y ya tiene el pelo blanco y arrugas bajo los ojos, no está del todo acomodado y no pone ningún pero si hay que volver a la acción; mucho menos si el encargo viene de su colega el emperador Octavio Augusto. Y es que han aparecido de repente unas águilas (del tipo Lobezno, si me permiten la analogía) que con sus garras armadas con cuchillas andan destripando a según qué personajes importantes del Imperio. Cuando lo intentan con el emperador, la cosa deja de tener gracia. “Esto es un trabajo para Alix”, que exclamaría el clásico (nunca mejor dicho). Y así, nuestro héroe se dispone a resolver el misterio con la ayuda (o estorbo) de su hijo Titus y su protegido Kefrén, el hijo de su antiguo amigo del alma, el egipcio Enak. Para ello, entre otras cosas, tendrán que viajar a Egipto y superar mil intrigas y emboscadas en la capital del Imperio.
La historia está comprendida en tres volúmenes, como suele ser moda en nuestros tiempos, donde ver un tomo auto conclusivo dentro de una serie es casi un milagro. Los títulos son los siguientes: “Las Águilas de Sangre” (no confundir con la ancestral tortura que se asocia a los vikingos), “El último Faraón” (no confundir con el tomo del mismo nombre de Blake y Mortimer) y “La Conjura de las Rapaces” (en la que no hay confusión posible, creo).
Confieso que nunca he tenido entre mis lecturas comiqueras las aventuras del joven Alix. Leí hace muchos años “La torre de Babel” (1981) y aunque me gustó el dibujo (ya sabéis que la línea clara me encanta) y me entretuvo, no me enganchó para seguir con otro. Pero este nuevo “Alix Senator” tiene poco que ver con la serie anterior. Ni en el dibujo, que es de un estilo completamente distinto, ni, probablemente, en el guion. Tampoco en la distribución de las viñetas de cada plancha. Es como si fuera otro cómic, salvo por que aparecen los mismos personajes y referencias a los cómics clásicos. Incluso hay alguna viñeta que rememora un flashback y para ello modifica su estilo, calcando el de la serie original.
A pesar del tonillo un tanto sarcástico que tiene este artículo hasta el momento, no se confundan, este cómic es una maravilla que se disfruta de principio a fin. Y todo ello a pesar de tener que “aguantar” a los dos jovenzuelos, Titus y Kefrén, que no son más que un trasunto de sus padres, Alix y Enak, cuando estos tenían su edad y protagonizaban los álbumes de Jacques Martin. Precisamente, en el primer tomo hay un pequeño guiño a este respecto. Dice Kefrén: «Si tu padre nos viera…»; y responde Titus: «¡Bahh! ¡A nuestra edad era aún peor!»
Aunque, en mi opinión, lo más destacado de este cómic es el dibujo, hay que decir que el guion es bastante entretenido, presentando de repente, para que el lector no se acomode, algunas sorpresas que no te esperas (imposibles si conoces la historia de Roma), pero que luego tiene su explicación, dentro de que esto es una fantasía y no un relato histórico.
En cuanto al dibujo, consigue que te veas inmerso en la época, dada su minuciosidad, bien acompañada de una paleta de colores y sombras, reflejos y luces que dan una vivida sensación de volumen y realidad tanto en los personajes como en los escenarios. En el primero álbum, ”Las águilas de sangre”, destaca sobre todo las frecuentes vistas aéreas de la Roma Imperial, a vista de pájaro, de águila si queremos ser más afines a la narración. Una ciudad enorme, inabarcable, vertical, atestada… con su Anfiteatro y Circo Máximo, con sus casas de muchos pisos o villas patricias, sus basílicas, sus mercados, sus templos, escalinatas, estatuas, frisos, columnatas, teatros… Merece la pena observar la reproducción de una urbe impresionante y llena de gente y advertir la distancia entre cada monumento que reconocemos en todo su esplendor, sobre todo si hemos visitado alguna vez la ciudad eterna. Y es por esta razón que nos gusta tanto el péplum, porque nos transporta a una época gloriosa y casi mágica en nuestra cultura, con personajes legendarios, batallas cruentas y construcciones increíbles. Y, como digo, algunas viñetas, si entornamos un poco la vista y guardamos algo de distancia, resultan tan realistas como para pensar que podríamos estar allí en aquel momento y pasear, pongamos por caso, por uno de los tricliniums de las dependencias imperiales de Augusto en el Palatino, rodeados de bustos, mosaicos, columnas y esclavos capturados en las fronteras que lindan con las tierras de los bárbaros.
En cuanto al segundo tomo, “El último faraón”, nos trasladamos a Alejandría y al antiguo Egipto. Aquí el despliegue gráfico sube algunos puntos (si es que es posible) y se afana en representar los templos de la antigua religión egipcia y sus esfinges, paredes y columnas tal y cómo debieron ser en su máximo esplendor: policromadas, llenas de inscripciones, de cartuchos y jeroglíficos, con la representación en relieve de Osiris, Anubis y Horus por todos lados. Y todo iluminado con las sombras misteriosas que debieron percibir los contemporáneos de la época al pisar aquellos lugares construidos para intimidar, para extasiar, para apabullar, para que se notara lo pequeño que es el hombre en comparación con los poderosos Dioses de Egipto, que, como sabemos, pertenecen a la religión que más ha durado en la historia de la humanidad. Lo digo con conocimiento de causa, ya que en mi viaje a Egipto del año 2004, a pesar del estado actual de los templos y pirámides, la sensación que experimenté con mis visitas a los yacimientos arqueológicos fue justo esta. Y mucho calor también, por no dejarme nada. Para acabar con esta segunda parte, decir que merece una mención especial el pasaje desarrollado dentro de la Biblioteca de Alejandría, donde realmente te puedes imaginar paseando por las estancias llenas de papiros de tan legendario edificio.
Y en el tercer volumen, “La Conjura de los Rapaces”, la acción vuelve a Roma, pero esta vez mostrándonos con mayor detalle los interiores de los edificios, de las termas de Agrippa, de las gradas del teatro de Pompeyo, de los templos, del senado…
Por todo ello, esta primera trilogía de Alix Senator es una gozada visual que nos transporta a aquellos tiempos tan lejanos, que nunca nos dejarán de asombrar. Los autores saben jugar hábilmente con los resortes que se han de tocar a los mortales para que nos resulte apasionante todo lo que tiene que ver con la antigüedad. Justamente eso que podríamos llamar, ya que hablamos de un relato, “la atracción del péplum” que, no por casualidad, da título a este artículo.
Por otro lado, viendo el detalle de algunas viñetas, se me ocurre pensar en la cara que debió poner el dibujante cuando leía el guion que tenía que dibujar. Para intentar averiguarlo, vamos a hacer un ejercicio de imaginación probando a reproducir el texto del guion (y que me perdone Valérie Mangin por meterme en su terreno, con poco o ningún conocimiento):
“Las águilas de sangre”, plancha 22, viñeta 1, ocupa la mitad de la página. Vista panorámica desde más o menos un segundo piso. Texto: “Semanas más tarde…”. Octavio Augusto habla con Alix: “¡Celebramos los funerales de Agrippa mientras que su asesino anda suelto, Alix!” El emperador y Alix van detrás de la comitiva fúnebre de Agrippa por una de las calles principales de Roma, camino del Mausoleo de Augusto, en las cercanías del Panteón (naturalmente, de Agrippa; aunque actualmente se conozca sólo como El Panteón, a secas). Hay mucha gente por las calles y los edificios de varios pisos tienen también muchos balcones y terrazas con espectadores. El finado va a hombros de esclavos. Luego otros tres grupos de esclavos acarrean los enseres de Agrippa. Junto a ellos una cuadriga con dos caballos negros y un hombre de uniforme, vestido como un centurión. Por delante seis plañideras y músicos con instrumentos de la época. Además, hay toldos, ánforas, un perro... Algunos espectadores agitan ramos. Detrás del emperador vemos a su esposa Livia y los hijos de ambos, la guardia pretoriana con estandartes y legionarios en formación, portando escudo y pilum. El día es soleado y se ve hasta el último detalle de cada edificio, con algún desconchón que permite ver las paredes de ladrillo.
«Pues eso es todo. —Me imagino que diría el guionista a su colega dibujante—. No te cortes, si se te ocurre alguna cosilla más, pues la añades. ¡Venga, majo! ¡Hala! ¡A dibujar!...» Tremendo, ¿verdad? Y es que describir y enumerar es fácil; y si se tiene mucha imaginación, como se presupone en un guionista de cómic, mucho más… pero claro, luego el dibujante ha de meter todo lo que se le ocurre al guionista en un recuadro de dimensiones más bien escuetas que se llama viñeta… Lo realmente increíble es que hay algunos de estos dibujantes que lo consiguen, como el caso que nos ocupa.
Acabemos con lo que le dice un esclavo, de parte de la Conjura de las Rapaces, a nuestro protagonista: «¡A Roma le esperan siglos de tiranía! ¡La suerte de la ciudad está en tus manos!»
Unos visionarios estos conjurados, ¿verdad? Porque los emperadores que vinieron después de Augusto… Pero esa es otra historia. No mezclemos.
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Pues a mi me pasa lo contrario que a ti. Tengo toda la colección de Alix, pero la de Senator me llamo la atención el dibujo, pero no la compré. Habrá que darle una segunda oportunidad.