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Cuando uno se acerca al volumen de más de 300 páginas de este pesado recopilatorio editado primorosamente —tapa dura, guardas, papel grueso tamaño 22 x 29,5, a todo color, calidad fotográfica— por Norma Editorial, siente un poco de respeto… o de miedo. Venciendo estas reticencias, el lector intrépido se asoma a sus páginas y lo único que ve es sangre, monstruos, armas enormes, destrucción, vísceras y violencia por todas partes. Dicho así, a grosso modo. Y es que para el no iniciado es este tipo de cómics, resulta un poco agobiante el mundo de horrores que se describe en esta especie de grimorio de lo espantoso. Pero el ser humano es curioso y siente atracción hacia lo desconocido, por feo que pueda resultar… y, aunque los entes que pueblan están páginas son de pesadilla (y su actitud es, cuanto menos, mejorable), lo cierto es que el dibujo, que no disimula utilizar algún tipo de técnica fotográfica, es asombroso; en el sentido de darnos a conocer algo imposible, mitológico, inexistente… con ilustraciones hiper (mega, giga, tera, peta, exa…) realistas. Y a esto es difícil resistirse, porque, como decimos, al ser humano le gusta ser espectador de las cosas más espeluznantes e imposibles, de lo horrible y extraño, de otra realidad a la suya (y que sea peor, a ser posible), de lo imaginario por psicopático y brutal que sea… Pero eso sí, que se quede en eso: en “imaginario” e “imposible”; no demos ideas.
También nos gustan las mitologías, las leyendas, las historias antiguas… cuanto más mágicas, mejor. Por eso triunfa en nuestro imaginario “El señor de los Anillos”, “Star Wars”, el insufrible “Harry Potter” o “Juego de Tronos”; pero también El Rey Arturo y sus caballeros y todas las otras mitologías pretéritas que la imaginación del hombre inventó en su día para sustentar religiones pasadas o presentes: la cristiana o musulmana (de moda en nuestros tiempos), la nórdica, la griega, la egipcia, la romana, la celta, etcétera. Nos encantan. Aunque unas se copian de las otras sin demasiada vergüenza. Nos da igual. Qué le vamos a hacer. Pero esto no es malo, si me permiten ser valorativo. Muy al contrario. Nos hace más cultos, más perspicaces, más soñadores, más intuitivos, herederos de un imaginario común, de una historia compartida; un pasado, a mucha honra, aunque sea inventado… y, por encima de todo, nos proporcionan una identidad, un acervo y una idiosincrasia. ¿Les parece poco?
Los autores de “Sláine. Los libros de las invasiones” seguramente saben muy bien todo esto que he intentado transmitir en el párrafo anterior. Por eso mezclan todas las mitologías que pueden en su relato: celta, babilónica, egipcia, atlante… y también la menos conocida de las tierras de Albión, que es “pérfida”, como venimos adjetivando los españoles desde hace siglos, ya que en el cómic está infestada de demonios marinos sacados de la peor pesadilla. Seres que, para desplazarse por tierra, tienen a bien adosarse a la espalda de un ser humano. Así, valiéndose de él y convirtiéndolo en su esclavo, en una relación parasitaria angustiosa y mortal que llaman golamh, el lector compasivo termina por odiar a estos bichos a muerte. No contentos con esto y, quizás, para suavizar tantos horrores, el guionista nos pone los dientes largos con la despampanante princesa Meriatón, una belleza egipcia, consumada guerrera también, que muestra los jeroglíficos tatuados en su generoso pecho sin vergüenza y con altivez. No en vano tiene familiares ilustres, ya que su hermano no es otro que el célebre niño faraón Tutankamón. Y, naturalmente, sus padres son los no menos célebres Akenatón y Nefertiti. Pero esto no es un pase de modelos, así que el libro se preocupa más de sumergir al lector en batallas eternas y cruentas hasta decir basta, donde no paramos de ver dientes afilados, pinchos, espadas, armaduras, no muertos creados en el Caldero del Renacimiento, fuego a llamaradas, huesos, hierro, espadas y hachas, armaduras y cascos mil veces usados, armas mágicas, desmembramientos y desollamientos, miembros cercenados, cuerpos llenos de inquietantes tatuajes y mataduras, paisajes helados e inhóspitos y, en definitiva, todo lo que nos puede resultar horripilante o peligroso… Y así, en un espanto casi hipnótico (a veces a doble página), debido al realismo de las imágenes ya comentadas, pasamos las páginas fascinados, algo incrédulos, a veces con mal sabor de boca, y en parte temerosos de que en cualquier momento las salpicaduras de sangre o vísceras nos salten a la cara o una mano escamosa, llena de púas, de dedos largos y afilados, nos coja de la garganta y nos lleve dentro.
Los creadores de este exceso en todos los sentidos son Pat Mills y Clint Langley. No es la primera historia de este celta salvaje y sanguinario de nombre Sláine, que viene siendo el equivalente de Conan, pero de la mitología irlandesa y el cómic británico. Acaso más bestia que el cimerio, si es que eso es posible. Antes de este volumen, el que llegara a ser el Gran Rey de Irlanda, protagonizó otras historias que el tiempo ha mitificado dentro de la producción de la revista británica de ciencia ficción ‘2.000 A.D’, publicación que también tiene en su muestrario al célebre “Juez Dredd”. Y es que este hombre lleva pegando hachazos desde los años ochenta. Otras obras imprescindibles del celta tienen los siguientes sugerentes títulos: “El Dios cornuda”, “Mata demonios”, “La guerra del Grial”, “El señor de las bestias” o “El libro de las cicatrices”. Con este historial no es extraño que la cosa explotara en esta antología de barbarie y horror en estado puro.
Pero lo más curioso del asunto es que Pat Mills no es un tipo que se dedique a imaginarse historias horrorosas sin más. Los guiones de Sláine Mac Roth están basados en esas mitologías de las que hablábamos al principio, en esas leyendas que la tradición oral (en este caso, la irlandesa, sobre todo) iba trasmitiendo de generación en generación en los tiempos antiguos. Así, los fomorianos, por ejemplo, no son unos monstruos que se ha sacado de la manga el guionista para la ocasión. Es una raza monstruosa de la citada mitología irlandesa. También está Moloch, personaje que se nombra en la Biblia, entre otros escritos, y que aquí en un ser lleno de espadas y pinchos, escurridizo, abominable y que gusta de sacrificar a los niños de los pueblos que invade y violar a la princesa, si la hubiere… Busquen sobre este personaje y verán que esto no es más que una versión adaptada a nuestra historia del personaje mitológico en el que se basa. Por tanto, aquí, los súper villanos no son inventos llenos de poderes oscuros a la moda del momento, al más puro estilo de los superhéroes de la Marvel o la DC (dicho sin acritud, ojo). No, aquí cada monstruo, rey, reina, dios, diosa, arma legendaria, druida, bruja o hechicero tiene su origen en alguna leyenda, canción o, incluso, pintura rupestre. Y, en general, nos los presentan con sus “nombres y apellidos“. Así, después de limpiarte la sangre de la batalla, el lector inquieto y culto puede usar estos datos para buscar más información sobre estos seres mitológicos y ancestrales. Por supuesto, esta base pseudo histórica, no encorseta la imaginación exagerada del guionista o la ilustración descontrolada del dibujante. No hay límites porque, al fin y al cabo, esto no es un libro de historia ni lo pretende. Es un cómic de bárbaros muy bestia y no se oculta. Desde la portada. La exageración en todo está servida. No hay más que ver los “complementos” que usa cada ejército, como los báculos de fuego que se activan con unas palabras secretas o las piedras celestiales que todo lo pueden. O el hacha que porta nuestro héroe, de nombre «Brainbiter» («la comesesos»), y que sospechamos que con ese tamaño y peso sería imposible de manejar con semejante acierto por un ser humano, por fuerte que estuviera. Por no hablar de su lanza Athibar, que ella solita arrasa decenas de “bichos”, auto corrigiendo su trayectoria si hace falta, como si tuviera vida propia, cosa que empezamos a sospechar dada la cara esculpida en su hoja. Con estas armas y su actitud poco dada al diálogo y el consenso (que se lo digan al Consejo de la Tribu, al que no hace ni “put..” caso, si me perdonan la impertinencia), Sláine mata a cientos de monstruos que, si me permiten tomar partido, casi mejor que estén muertos. Es lo que tienen las historias legendarias. Y es que no esperamos otra cosa si leemos mitología, ¿no?
Por si nos quedaba alguna duda sobre “la línea editorial” de este personaje, aquí os dejo una de las perlas que dedica a uno de sus enemigos antes de despacharle de la peor manera: «¡Ahora ponte la mortaja y prepárate a morir!»
Si al final el bueno de Sláine va a ser hasta considerado y todo.
Y ¿para cuándo un crossover Conan vs Sláine? Sería un éxito asegurado. Seguro que no soy el primero que lo piensa. Por si acaso, ahí dejo la idea.
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