En las cueva de Tito Bustillo, en Asturias, existen pequeñas oquedades, donde caben sólo dos o tres personas, que resultan de muy difícil acceso: entrada estrecha, hay que gatear un rato, meter barriga (y culo) para pasar por algún tramo; en resumen, un agobio. En ellas, el artista magdaleniense (en adelante le llamaremos Magdaleno por abreviar) se explayó dibujando caballos, ciervos y osos cavernarios. ¿Con qué motivo? No se sabe, pero Magdaleno sí sabía muy bien la razón por la que su obra debía permanecer tan oculta. Sólo para sus ojos. Me imagino que era su cubil, su despacho, su habitación del pánico... y la decoró a su gusto, siguiendo la corriente artística de moda. Para estar ahí a gusto, mirando sus pinturas. El Magdaleno actual no pinta ni escribe ni lee ni nada... Pero le gusta tener su rincón en casa, su leonera, con sus cosas: televisión, portátil, sillón viejo pero cómodo, etcétera. Lo de que sea de difícil acceso es más complicado en el urbanismo moderno, dado el tamaño de las casas, pero siempre se puede emplear la falta de orden y limpieza como elemento disuasorio. El caso es estar a gusto como un hombre de hace doce mil años es su oquedad de esa cueva que comparte con otros. Y es que nuestro aspecto ha evolucionado en estos milenios pero parece que el comportamiento no tanto. Observen si no las cosas que hacen los jóvenes, cuando les sueltan sus padres, en las zonas comunes de las modernas residenciales, escuchen cómo se expresan, en qué tono y volumen... Sinceramente, quizás estemos siendo injustos comparándolos con Magdaleno. Este era un artista. Y de los buenos. En cambio, éstos otros... Para saber más del arriba firmante : https://www.amazon.es/Mario-Garrido-Espinosa/e/B01IPCIRI6 #MisNotasdeCampo
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