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Foto del escritorMario Garrido Espinosa

Notas de Campo: Bancos en pandemia

Actualizado: 13 jun 2021


Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid o, actualizando el refrán, que la pandemia pasa por España, los bancos han reinventado su modus operandi de atención a la clientela. Ahora casi todo hay que hacerlo en la sucursal donde creaste tu cuenta como si los ordenadores modernos, el teletrabajo y la globalización no permitieran hacer cualquier transacción desde cualquier parte del planeta. La idea es poner trabas para que todo aquello que no se puede hacer por cajero o por la página web, pues no lo hagas. «Pero eso ya pasaba antes de la pandemia», apostillará el cliente hastiado de banca. Y, quizás tenga razón, pero ahora la cosa es exagerada. Veamos un ejemplo verídico. Voy a una conocida y céntrica sucursal de un no menos famoso banco a hacer una pregunta. No a hacer una gestión; insisto, sólo a hacer una pregunta. En la entrada hay una cola con un señor mayor y un grupo de tres mujeres charlando.

—Buenas, ¿están esperando para entrar? —preguntó cortés a las tres gracias.

—No, no —se apartan las tres mozas y siguen con su animada charla.

—¿Y usted va a pasar? —sonsaco a la otra persona en espera.

—Yo voy solo al cajero.

«Genial —pienso triunfador— Pa’dentro del tirón.»

La sucursal es una sala muy grande con ocho mesas. En una hay una señora de rojo que está siendo atendida. En otra sin gestor vemos a un señor bajito esperando con resignación perruna. Y el resto están con su bancario en espera activa o tocándose las narices, según los casos. Si observamos con atención, colegiremos que más de lo segundo que de lo primero.

—Buenas, ¿puedo hacerle una consulta? —pregunto en una de las mesas sin nadie.

—Dígame el DNI —me exige la gestora de reojo.

Se lo digo.

—Usted no es de esta sucursal —me amonesta.

—Así es, pero sólo quiero hacerle una pregunta. No vengo a hacer ninguna gestión.

—Pues le tendrán que atender en aquella mesa.

—Es sólo una pregunta…

—En aquella mesa —insiste molesta.

La tipa señala el lugar donde está siendo atendida la señora de rojo, como si aquella fuera la zona dedicada a esa “gentuza” que se atreve a entrar en una sucursal que no es la suya. El gestor de la mesa de los “de otra sucursal” mira con desprecio a su “compañera”. Ella, con tablas y oficio, ni se inmuta.

Me siento a esperar que la mujer de rojo termine.

Diez minutos después una de las tres mozas que charlaban fuera entra con estruendo de tacones y lucimiento de piernas por debajo de su minifalda. Para que se la vea entrar. Muy señora. Muy aquí estoy yo, la Reina del lugar. Se sienta en su mesa, la del señor bajito que esperaba. Le saluda con simpatía teatral, le pide perdón por la espera y se pone a resolver lo que sea que ha hecho que el señor pase la mañana allí.

«No parece que a los clientes de la sucursal les traten mucho mejor», malicio para mis adentros.

Pasan otros diez minutos.

«¿Qué estará haciendo la mujer de rojo? ¿Pidiendo un crédito para comprar un submarino nuclear ruso? Claro, cosas así requieren mucho papeleo», sigo maliciando.

Pasan otros diez minutos. Y otros diez.

La gestora de la minifalda se marcha por una puerta misteriosa, dejando a su cliente otra vez en espera.

La mujer de rojo, por fin, se levanta con los papeles del submarino, supongo.

—Buenos días —saludo mientras me siento en la silla de “los que son de otra sucursal”—. Vengo a consultar una cosa.

—DNI, por favor.

Se lo digo.

—No, déjemelo, por favor.

Se lo doy.

—Usted no es de esta sucursal.

—Ya, pero sólo es una pregunta.

—Pues no sé si voy a poder ayudarle, no siendo de esta sucursal —advierte mi interlocutor retador—; pero dígame…

—Verá, he visto que me sacan 14 euros todos los meses de mi cuenta y supongo que es porque no cumplo alguna condición. ¿Qué tengo que cumplir para no pagar nada?

—Pues tener la nómina o dos o más domiciliaciones de facturas o fondos de inversión o ingresar más de 700 euros al mes o… —enumera el hombre con hastío y de memoria.

—Ok. Gracias —respondo registrando en mi cabeza lo que dice, aunque me parece algo tan ruin como que me pidieran a mi primogénito una vez nacido, los sueldos de mis tres primeros años trabajando o mi alma inmortal. O acaso las tres cosas.

Con esto en la cabeza me marcho y compruebo que el señor bajito sigue esperando.

Lo peor del asunto es que todas estas tropelías persistirán tras la pandemia ya que el cliente de banco es público cautivo; esto es, da igual que te cambies de entidad, porque te tratarán igual o peor. En fin, necesitamos un nuevo Darwin que nos explique la “Involución de las especies”, libro que estará dedicado, en realidad, a una sola especie: la humana.


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