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El lujo azucarado

  • Foto del escritor: Mario Garrido Espinosa
    Mario Garrido Espinosa
  • 16 jun 2021
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 26 may

Viñeta del cómic  "Sara Lone", de Arnoux y Morancho.
Viñeta del cómic "Sara Lone", de Arnoux y Morancho.

En el supermercado más cercano a mi casa, que pertenece a una conocida cadena, entramos mi pareja y yo a comprar unas latas de Coca-cola “cero”. Inocentes e incautos, sin mirar su coste, echamos doce latas a la cesta, sabedores de que cada unidad vendrá costando cincuenta y tantos céntimos, sesenta y pocos si la revisión de importes de la semana se ha desmadrado algo. Confiados y candorosos, pasamos por caja y, tras el pago de un precio que se nos antoja algo abultado, revisamos el ticket con la compra. Y entonces, presos de un horror que nos hiela la sangre, vemos que cada lata de Coca-cola “cero” ha costado ¡75 céntimos!

Y es que se nos olvida que nuestros gobernantes de turno nos están empobreciendo, vía subida de impuestos, poco a poco. Por ejemplo, como vemos, nos han gravado las bebidas azucaradas del 10% al 21%, haciéndolas casi prohibitivas, artículos de lujo, de tienda gourmet. De hecho, revisando el folleto semanal del supermercado en cuestión nos encontramos con que podemos comprar una conocida y valorada marca de cerveza, de esas de más de siete grados de alcohol, por cinco céntimos menos que una inocente y nada alcohólica lata de Coca-cola “cero”; lo cual da qué pensar, ya que se supone que este atropello contra las bebidas azucaradas, nos previene nuestro protector y atento gobierno de turno, “es para favorecer hábitos más saludables”. Y sí, insisto en poner el “cero” entre comillas porque hasta donde yo sé ese “cero” significa que la bebida no lleva azúcar, con lo que se entiende poco o nada esa subida salvaje en su precio. «No es azucarada, pero es edulcorada, con lo cual también entra en la subida», terciará algún listillo amante del pago de impuestos abusivos. Pues es verdad. En sus ingredientes, por otro lado ininteligibles como corresponde al “secreto de la fórmula de la Coca-cola”, figuran varios edulcorantes misteriosos. Así que no hay salida, pues con esta subida se grava una cosa y su contraria. Como si subiéramos el precio de la leche entera, para evitar su consumo por aquello del colesterol, pero, de paso, también subiéramos el precio de su contraria, esto es, la leche desnatada. Como si graváramos el ron, por aquello de evitar sus cuarenta grados de alcohol, pero también la horchata. «¡Pues claro, lógico, la horchata es una bebida que contiene azúcar!», se regodearía el mismo listillo de antes. «Y te recuerdo que el ron no es más que una fermentación de la caña de “azúcar”», apostillaría retador, malmetiendo para que pongamos más ejemplos que pueda rebatir. No, si al final vamos a tener que cerrar la boca del listillo de un sopapo… aunque, el desgraciado, en el fondo, tenga razón.

En fin, a mí de pequeño me daban de vez en cuando una Fanta o un Trinaranjus; o una Mirinda, que aún tenía su público por aquel entonces. Ahora, tras la aplicación de este injustificable impuesto, no hay familia que se pueda permitir semejante lujo… pero si al niño le apetece una “Voll-Damm”, con sus 7,2 grados de alcohol, no habrá demasiado problema, ya que su precio sigue estando acorde a lo que se compra. Todo sea por “observar hábitos saludables”, aunque solo sea en nuestro bolsillo.


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