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Foto del escritorMario Garrido Espinosa

La atracción de las aceras

Actualizado: 6 nov

Las calles de Madrid suelen, en según qué zonas, tener su piso irregular, con agujeros de buen tamaño, desconchones y vaivenes provocados por el crecimiento de las raíces de los árboles u otros problemas propios de la Teoría del Caos. Y hablando de esta Teoría, también tenemos que reconocer que influye en gran medida la dejación municipal de las últimas décadas, como bien se puede comprobar en los barrios más humildes y alejados del centro (véase el mío a modo de ejemplo: Aluche, Las Águilas, Valle Inclán, Carabanchel bajo...). Estas irregularidades hacen que el viandante se desplace mirando al suelo, como si los dibujos geométricos de las desconchadas baldosas de las aceras le provocaran una atracción hipnótica o esotérica; o el pavimento tuviera algún interés artístico desconocido, propio del llamado Arte Contemporáneo en su versión más abstracta y rompedora; nunca mejor dicho esto último. Esta atracción por las aceras se incrementa si el ciudadano ha sido víctima de algún percance pretérito, ya sea caída estruendosa al estilo del mejor cine cómico mudo o torcedura que termine en esguince. O rotura de algo. O las tres cosas, ya puestos a ponernos en lo peor. Por culpa de esta realidad, el paseante se pierde la belleza que muestran muchos de los edificios matritenses a partir de su segundo piso. Un derroche de estilo y hermosura que hace a mi ciudad comparable (si no superior) a casi cualquier otra de Europa, al menos, en este apartado. Así que si miramos para arriba podemos sufrir un accidente y si miramos para abajo nos perderemos un espectáculo arquitectónico de gran belleza. Hay que elegir. Igual pasa en otros órdenes de la vida. Pero en algo tan sencillo como esto sería bonito no tener que escoger. Solo bastaría con que algo del dinero de nuestros impuestos se usará para el mantenimiento de las aceras... En fin, siempre podemos mover la cabeza arriba y abajo y mantener una velocidad de crucero en nuestro caminar que sea lo suficientemente lenta para poder evitar el mareo. U orientar un ojo al cielo y el otro al suelo, si tenemos tal destreza. También podemos pararnos si merece la pena admirar una fachada, calle o decoración urbana; para luego continuar mirando al suelo. Ven como todo tiene arreglo. Bueno, todo no. Las aceras, por lo visto, no tienen arreglo. ¿Será por eso que no se arreglan?


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