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Foto del escritorMario Garrido Espinosa

Terror de verdad. Historias para no dormir

Actualizado: 1 jul 2020



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Convendréis conmigo que es muy difícil narrar una historia que transmita miedo de verdad. No hablo de que te den un susto o te sorprendan con algo. Me refiero a ese estado de intranquilidad, angustia y desasosiego al que se denomina de muchas maneras, no sólo miedo: terror, pánico, pavor, zozobra, etcétera. En el cine se utilizan un montón de recursos (casi siempre mal) para intentar conseguirlo: el maquillaje, la oscuridad, la música, los efectos sonoros y especiales… Pero no podemos usar ninguna de estas herramientas en la literatura o el cómic. Aquí sólo contamos con el hábil uso de la palabra, la estrategia a la hora de contar (o de ocultar) los hechos, los detalles y los indicios; y el orden en que los vamos dando a conocer… Un buen número de recursos también, como vemos, pero que al igual que en el cine, se pueden usar mal y, si es así, esto convertirá nuestro relato en algo patético en vez de pavoroso (como este espantoso “juego de palabras” que acabo de escribir).

Los escritores de la corriente literaria del Romanticismo sembraron la producción literaria del momento con un buen puñado de relatos donde supieron manejar todo ese tipo de recursos enumerados en el párrafo anterior. Este nivel no ha sido superado, entre otras cosas, porque vivieron una época propicia para relatar y situar historias de miedo. Ahora, con los avances tecnológicos y el acceso a la información no resulta tan sencillo, como veremos más adelante.

“Historias para no dormir” es un volumen donde el dibujo de Pedro Rodríguez intenta imitar una mezcla entre las ilustraciones que aparecían en la prensa y libros de la época victoriana y el grabado antiguo, sin pretender ser al cien por cien ninguna de las dos cosas. Con estas ilustraciones que parecen añejas, nos sumerge en siete relatos de otros tantos autores del siglo XIX que escribieron magistralmente sobre esta temática: Guy de Maupassant, Sheridan Le Fannu, E. Lucas White, J. William Polidori, Catherine Crowe, Robert Louis Stevenson y Edgar Allan Poe… Estos escritores imaginaron cuentos de terror donde pululaban fantasmas, vampiros, aparecidos, profanadores de tumbas, episodios sobrenaturales y el mismísimo Diablo… Todo ello en una época en que por las noches no existía la luz eléctrica para iluminarlo todo, ni la televisión o Internet para poner en imágenes, de inmediato, lo que la mente no alcanza a comprender…

Así que el lector de este cómic se enfrenta a una selección de relatos que buscan la inquietud y la duda en el lector. Que intentan describir lo macabro, lo extraño, lo inusual, lo inexplicable… aunque, como dice el juez de instrucción en Ajaccio (Córcega), Monsieur Bermutier, protagonista de la primera historia, “la mano”, al final «por extraño que parezca un hecho, siempre hay una explicación racional, aunque esto nos resulte inverosímil…» Pero mientras se encuentra esa explicación (o no), el lector imagina posibles soluciones que o son fantasías o son imposibles; en cualquier caso, siempre son soluciones de las que hielan la sangre. O esta es la idea. Sin duda, algo así debía de ser la sensación que conseguían estos escritores maravillosos de hace más de cien años en los lectores que se atrevía a leer sus desvaríos en forma de cuento. Lo malo (o lo bueno, según se mire) es que al lector del siglo XXI ya le pilla avisado… Pocas cosas sobrenaturales le dan miedo al común humano de la actualidad. No es que seamos menos impresionables que nuestros antepasados; simplemente estamos más informados, somos más cultos (al menos los que leen), y bastante menos religiosos, esto es, ya no estamos tan predispuestos a creernos cualquier cosa (dicho sin acritud). Apostillamos mil pegas a todo aquello que no nos encaja en el cerebro. O, al menos, lo ponemos en cuarentena. Sin miedo (nunca mejor dicho). Y es que ya hemos visto muchas historias, sobre todo en cine y televisión. Incluso, aunque no me creáis, los hay que hasta “leen” esas historias. De verdad, yo lo he visto: “¡personas que leen!”... y no eran espíritus ni aparecidos. Eran reales. De carne y hueso… Con independencia de esta broma (o no), lo cierto es que todo este acceso a la información es un pequeño problema para este cómic. Los lectores intuimos muchas cosas al leerlo. Es inevitable. «Este va a ser un fantasma», «este otro es un vampiro», «a este lo han matado, pero volverá a aparecer». Y es que estamos ya muy “avisados”. Supongo que en el tiempo en que se escribieron estas historias se vivían y sentían de otra manera. De cualquier modo, esto no impide que sea deliciosa la lectura de este cómic, ya que su estructura está muy cuidada. Como si fuera un libro antiguo y misterioso. Con la intención de meternos en el ambiente que describe. Así, la primera plancha de cada uno de los capítulos es una sola viñeta a toda página y reproduce al autor de la historia, narrándonos de viva voz las primeras frases de su fábula, como si lo tuviéramos delante mirándonos a los ojos. Igual que si estuviera posando para un cuadro de la época o, puestos a imaginar cosas tenebrosas, nos hablara desde el mismo lienzo. El artista, para llevarnos a aquella época, juega con las texturas de las ropas, con el tratamiento de imágenes de edificios, de paisajes, de árboles, de muebles, del papel de las paredes, de las baldosas del suelo… y esto ambienta perfectamente cada relato. Además, no se busca la sorpresa mediante el susto. Se cuenta la historia como si fuera real. Los hechos y ya está. Son cosas terroríficas, sí, pero te las cuentan como si fueran más o menos cotidianas en aquel momento. Como si la gente del mil ochocientos y pico conviviera con las casas encantadas, los aparecidos y las quimeras.

Y como guinda final, el recopilatorio nos reserva a uno de los autores más clásicos del género, Edgar Allan Poe, y su relato “El gato negro”, en el que un inquietante minino llamado Pluto, nombre que, años después, se asociaría a una mascota menos siniestra y animada, nos sorprende con su sobrenatural venganza.

Echo en falta en esta estupenda selección alguna leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer, sobre todo teniendo en cuenta que el autor es español. Pero no se puede tener todo. Hay que ser prudentes con lo que se desea y con lo que se hace. Si no que se lo digan al último de los Sarfield, el protagonista del relato “El convenio de Sir Dominick”; y eso que su criado le advirtió de su imprudencia: «P-pero ¿qué hace con la capa puesta? ¿No pensará salir a esta hora? Dicen que el Maligno ronda los caminos en noches como ésta…»

Pues eso. Cuidado con las viejas leyendas de terror que tanto nos gustan leer… No las tomemos a la ligera, no vayan a ser verdaderas.

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